Opinión

Ver más allá

La aspiración del que se dedica a ficcionar es modificar, en el imaginario, el mundo que lo rodea, lo adapta a sus intereses, hace que sucedan hechos no ocurridos de verdad. Por medio de distintos artificios, toma prestados elementos de la realidad y los adecúa a sus fines. Estos trucos le permiten reescribir momentos que marcaron, en mayor o menor medida, el entorno en el que se desenvuelve.
Todos quisiéramos modificar determinados incidentes, por ejemplo, salimos a pasear, vemos a alguien, no tenemos el valor suficiente para acercarnos y entablar una charla, en nuestra mente podemos imaginar que fuimos capaces de aproximarnos y, a pesar de no tener claras las respuestas, comenzar una conversación. En el mundo real ese intercambio de pareceres nunca existió, sin embargo, al elaborar una ficción podemos hacer factible que eso suceda. En el ámbito de los mundos posibles cualquier suposición puede realizarse, sin la necesidad de que hubiera sucedido en nuestro universo.
Muchos consideran que la ficción hace más llevadero al mundo real, con todos los inconvenientes que presenta a quienes habitamos en él, pues, en ella podemos encontrar cosas que pueden tener reacciones distintas a las que realmente se produjeron.
En esta línea la película Erase una vez en… Hollywood (Once upon a time in… Hollywwod, Quentin Tarantino, 2019), se sitúa en una época que marcó para siempre la vida en la meca del cine.
En aquellos años, hablamos de finales de la década de los sesenta e inicio de los setenta del siglo pasado, se produjo el asesinato de Sharon Tate a manos de un grupo de fanáticos guiado por Charles Manson. Este suceso tuvo gran repercusión porque la víctima era esposa de Roman Polanski. El crimen dejó imágenes dantescas. La crueldad en la ejecución del acto cambió por completo la vida alrededor del séptimo arte; la edad de la inocencia dio paso a una de recelo.
En esta obra el narrador reescribe ese momento y le da un final distinto, de forma similar a lo que sucede en Malditos bastardos, por eso se toma la licencia de narrar un desenlace que difiere de lo que realmente ocurrió.
Dentro de la historia les da una segunda oportunidad a los desafortunados que murieron, dejando abierta la posibilidad de que continúen sus vidas, el creador puede jugar a ser Dios y evitar, con este ardid, que esos hechos deleznables tengan lugar.
Crea una mentira que funciona para el espectador, pues, al sumergirnos en ella, quedamos prendados de su desarrollo. Las imágenes y los juegos de cámara dan sentido a la historia que, por momentos, parece no tener sentido.
Para entender la obra es imprescindible ver lo que está detrás de cada una de las secuencias que se nos muestran, es necesario leer entre líneas, unir las acciones que se dan en el mismo espacio y, con ello, ver en conjunto lo que nos ofrece su autor. Este filme no solo es un tributo al cine que disfrutó su director, limitarla a ello haría que su trama se simplifique al extremo.

Mitchel Ríos

Lume

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