Creatividad

Unas monedas

Cogió una moneda de las que tenía en un recipiente, al lado de su copa de cerveza, esperaba que esta vez fuera la de la suerte. La sobó un poco en su jersey, tal vez quitándole la suciedad y dejándola impoluta, la tarde mejoraría, sin embargo, no tenía claro si aquel rito surtiría efecto, le resultaba más sencillo culpar a los elementos anexos de su mala suerte, no tanto a su poca pericia o a su desconocimiento de como funcionaban esos dispositivos.
En aquel lugar se escuchaba ruido por todas partes, la gente no respetaba su momento, les daba igual que estuviera sentado ahí. Con esa actitud le impedían concentrarse, si, por una vez, aquel sitio se silenciara, podría aclararse y plantear una mejor estrategia, por momentos se le ocurría acercarse a una de las mesas y pedir que se callaran, no en buen plan, si no en uno chungo, para dejar patente su posición, tras pensarlo no valía la pena, pues tendría que hacer lo mismo en el resto de mesas, eso requería que dejara su sitio, esto no podía permitírselo.
Llevaba varias horas haciéndolo, era su rutina, todos los fines de semana ocupaba el mismo lugar y nadie lo movía de ahí.
Algunos de los asiduos al local lo conocían, lo saludaban y bromeaban: ¿hoy te harás millonario o aún no?, nadie, solo él entendía el alcance de su proyecto, por llamarlo de algún modo, este comenzó a tomar forma conforme se iba haciendo constante, siendo disciplinado ganaría.
Esta afición le nació el día en el que, sentado en una de las mesas, vio como un tipo cogía muchas monedas de la máquina, no notó que invirtiera demasiado dinero. Fue testigo de cómo pedía que le cambiaran en monedas veinte euros. Fue la primera vez que vio algo así, antes le parecía que aquellos objetos estaban trucados, se enfocaban en generar dinero a mafias que las tenían manipuladas para no dar un duro a quien las utilizaba. Ese día cambió su forma de pensar y como casi siempre tenía problemas económicos, se le ocurrió que la mejor forma de salir del hoyo era emulando lo que había visto.
Durante varias jornadas analizó el comportamiento de aquel sujeto, se sentaba en aquel lugar y comenzaba a darle a la máquina, cogía una cantidad de monedas, las utilizaba y al acabarlas, ganara o perdiera, se retiraba, parecía como si tuviera prevista la suma que pensaba gastar y el tiempo que invertiría, en aras de conseguir ganancias. De vez en cuando notaba como sus movimientos eran cuasi mecánicos, parecía un autómata, pero esa era la única manera de conseguir ganancias —se decía—. Su gesto era siempre el mismo, tenía cara de póker, no daba señales de que estuviera preocupado, ni cuando obtenía resultados su gesto cambiaba, de repente, todo esto era parte de su plan, lo tenía bien analizado y lo aplicaba de forma religiosa.
Si pudiera ganar esa cantidad de pasta se le arreglarían muchos problemas, pagaría varias deudas, se cambiaría de piso, las posibilidades aumentaban en cuanto le añadía un cero a la suma que podría obtener.
Para lograrlo tendría que invertir bastante, con una o dos no bastaría, aunque si le acompañaba la suerte, a la primera podría llegar a su cometido, pero eso era improbable, ni los más expertos lo conseguían.
Volvió a centrarse en el jugador. Su experiencia en esas lides se veía reflejada en su modo de atacar la palanca, no tenía un estilo particular, parecía como si le estuviera pidiendo permiso para utilizarla, se olvidaba de la gente a su alrededor, era como si solo existieran él y la máquina, le daba igual el resto de la gente, nadie interrumpía su ritual.
Se fijaba cada vez más, consideraba que a él le sería imposible hacer lo mismo, no podría aguantar el agobio de tener a tantas mesas rodeándolo, así como la gente que estuviera en ellas. Con el tiempo se dio cuenta que solo jugaba de lunes a viernes, el fin de semana dejaba de asistir, cabía la posibilidad de que estuviera en otro lugar probando suerte o, en su defecto, se quedaba sin pasta para invertir, pero esto último era improbable, con las ganancias que obtenía era imposible que pasara necesidades.
Tras ver que durante el fin de semana ese sitio quedaba vacío, se dijo que él lo ocuparía, sin embargo, le costó decidirse, no tenía muy claro la mecánica de esos artefactos, tendría que seguir prestando atención, una vez que tuviera los suficientes conocimientos, iría a por todas.
No le fue fácil aprender, cuando creía que había pillado la idea del juego, se iba de bruces, porque no había un único modo de jugar, lo notó observando a otros que estaban en las distintas máquinas de ese bar. Por eso, en lugar de hacerse con todos los métodos, se decantó por centrarse en el que daba resultados, invirtió varios días en conseguir pillar el truco, o así lo creyó, con esto pensó que estaba preparado.
Al comienzo se dijo que iría despacio, si observaba que las cosas no le iban bien, lo dejaría, no era tan estúpido para obcecarse y eso pareció durante los primeros fines de semana. Con el paso del tiempo, al hacerse un apostador habitual, comenzó a perder el control del inicio, porque invertía dinero y no percibía que estuviera ganando, más bien regresaba a casa con menos pasta y eso era contraproducente, pues meditándolo, con lo gastado podría haber tapado algunos de sus huecos económicos. Pensaba que en la siguiente tirada recuperaría el dinero.
Metió silenciosamente la moneda en la ranura, quizás la besó, tiró de la palanca de la tragaperras, apretó unos botones, los rodillos comenzaron a girar, se centró en los símbolos más lucrativos, esperaba que la combinación fuera la mejor, comenzaron a detenerse, sus ojos se sorprendieron con el resultado.

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300

Dos