Opinión

Un territorio infame

Cuando nos sentamos a ver una película o leer un libro esperamos que nos agite y, a causa del interés que nos produce, nos motive a investigar. Las buenas ficciones aparte de conseguir abstraernos del entorno y de implicarnos en su realización, logran remecernos y desvincularnos de nuestro espacio de confort, alejándonos de todo aquello que damos por establecido.
Hace poco decidí ver el filme El reino (Rodrigo Sorogoyen, 2018), el tema que abordaba me llamó la atención y despertó mi interés. En su interior se puede vislumbrar los entramados de la corrupción enquistada en el interior de los partidos políticos, convirtiéndolos en organizaciones criminales. Además, consigue mostrarnos como, en un entorno así, todos tratan de salir limpios y, para ello, buscan chivos expiatorios, es mejor sacrificar piezas que traerse abajo el conjunto.
Su realización bebe y se inspira en los distintos escándalos que han sido noticia en todos los telediarios que, a modo de series por entrega, han ido perfilando los líos en los que se han visto implicadas las organizaciones administrativas. Gracias a su labor periodística, se nos ha mostrado esa cara oculta a los votantes, en donde existen pugnas por hacerse con el poder en las altas esferas.
Nos muestra por encima un problema más profundo, en donde los autodenominados servidores públicos, se sirven de sus puestos y relaciones para saciar sus aspiraciones pecuniarias, lo llamativo es la cantidad de frutos podridos que existen, no obstante, estos son la punta del iceberg, en los casos de corrupción se implica a cargos intermedios y casi nunca a las cabezas dirigentes, estas se mantienen intocables. Esos personajes se encuentran inmersos en una pantomima fundamentada en quienes manejan los hilos del sistema y dan la espalda a los ciudadanos de a pie.
El ambiente que nos muestra es caótico, al parecer todo está perdido, lo abyecto domina el entorno. El poder en la sombra lo maneja todo, nosotros quedamos fuera de ese andamiaje, solo somos peones útiles para sus fines, enterados a su conveniencia de las cosas que suceden. ¿Qué hacer cuando la corrupción se institucionaliza?, es la pregunta que se mantiene flotando en la atmosfera de la producción, dentro de la historia todos parecen conocer el entramado corrupto, sin embargo, no hacen nada por solucionar el problema, más bien, tratan de blindar a sus jefes, por eso la cadena se rompe por uno de los eslabones más débiles y los esfuerzos de la cúpula se centran en ocasionar que esa ruptura se acelere.
La trama finaliza de una forma inesperada y se queda vibrando en nuestra memoria, como una imagen acústica que generará distintas suposiciones. No imagino un mejor cierre para una narración de este tipo, uniendo sus piezas tiene razón de ser; nos lleva de un lado a otro, dando pie a pensar en muchas posibilidades, en distintas formas de culminar la obra, podemos imaginar la continuación, darle nuevos sentidos al conjunto de interpretaciones que nos llevan de la mano en sus planos y formas, dan valor a cada una de sus conjeturas como instrumentos para conseguir un desenlace a la altura.

Mitchel Ríos

Lume

Agli