Opinión

Un simple sabor

Un tipo conduce un coche (al parecer tiene algo entre manos), se lo ve deambulando, recorriendo los suburbios de una ciudad que durante la noche resplandece, pero que durante el día muestra una cara gris, deprimente, triste, en donde tienen lugar cientos de historias que pasan desapercibidas a diario. Ahora mismo, en el mundo, hay millones de seres habitando el mismo planeta que nosotros, pero cuyas historias y motivaciones desconocemos, de cada una se podría escribir una narración. El tipo sigue su camino, se adentra en paisajes cuya podredumbre se ve en las imágenes, da vueltas y vueltas, a veces parece que recorre la misma ruta una y otra vez, seguimos a la expectativa para enterarnos sobre lo que pasa en su cabeza, pero no lo sabremos, no seremos capaces de dilucidarlo, solo él lo sabe a ciencia cierta.
Groso modo, esto describe una escena de El sabor de las cerezas, película de 1997 dirigida por Abbas Kiarostami. El director se adentra en la historia de Mr Baddi, un hombre que ha decidido acabar con su vida y siente preocupación por encontrar a alguien que lo entierre. En la búsqueda conocerá a una serie de personajes que le explicarán su visión de la vida.
Un gran acierto de la obra es mantenernos todo el tiempo en el desconocimiento, no dice explícitamente qué motiva al personaje principal a tomar una decisión tan drástica, aunque, de soslayo, desliza en uno de los diálogos el motivo por el cual está deambulando en busca de un buen samaritano que le ayude. Este ardid hace que estemos pendientes de las imágenes que se van observando en pantalla y que nosotros, con nuestra imaginación, completemos ese vacío.
El tema que aborda la realización iraní es, en cierto modo, un tabú. Hablar sobre el suicidio en muchos ámbitos resulta fuera de lugar. Todos vamos a morir, es una verdad irrefutable, y lo vamos interiorizando durante el discurrir de nuestra vida, a la espera de que fuerzas fuera de nuestra comprensión (divinas), intervengan y decidan si ha llegado nuestra hora. Sin embargo, que uno mismo llevado por su voz interior (demonios), decida cuando debe ocurrir, genera rechazo.
Durante la producción se escuchan voces que argumentan que ese no es el camino correcto, es pecado, y que siempre pervivirá la esperanza en las cosas sencillas, por lo tanto, es mejor seguir, aunque no tengan sentido y todo luzca apagado.
No obstante, este no es el fin de la obra, tiene un final abierto. Después de una pantalla en negro se ven los entresijos de la filmación, aparece el realizador, el director de fotografía y sus cámaras, para despertarnos de la magia del mundo irreal que han creado y decirnos que ese no es el lugar para debatir sobre un asunto tan delicado, solo en la ficción se pueden tomar ciertas determinaciones y funciona, pero el mundo real es complejo. Aquí, a veces, el sabor de las cerezas es amargo y no todos están dispuestos a disfrutarlo o adaptarse al mismo.

Lume

Agli