Opinión

Un fin en la vida

La Strada (Federico Fellini, 1954), obra enmarcada dentro del neorrealismo italiano, narra la historia de Zampanó (Anthony Quinn) y Gelsomina (Giulietta Masina), dos artistas ambulantes que vagan en un carromato tirado por una moto a través de la península itálica. Durante su recorrido conocerán a una serie de personajes pintorescos, en su misma condición, poniendo a prueba la lealtad de la muchacha encarnada por Masina.
En la obra, el camino que recorren los dos protagonistas parece no tener final, siempre están trasladándose de un territorio a otro. En un ambiente que rezuma lo paupérrimo del medio somos testigos de sus andaduras y de su forma de ver al mundo, la pareja vagabundea por diferentes localidades con la esperanza de encontrar sentido a lo que hacen. Igualmente, el fin de sus correrías es sobrevivir, porque de eso se trata su aventura, son unos supervivientes a pesar del caos en el que viven, son unos desarraigados. En la atmósfera de resignación en la que se desenvuelven da la impresión de que todo está perdido, no hay un porvenir patente. El futuro se les presenta incierto, por eso no tienen más opciones que la de introducirse en esa oscuridad.
Fellini es uno de los grandes directores del cine. En La Strada muestra su pasión por el séptimo arte, ofrece momentos sublimes. En su producción nos trasmite su visión particular de la sociedad, en la gran pantalla no solo se queda con lo externo, más bien, rasga la superficie para mostrar que el mundo no es un paraíso, denunciando sus injusticias. Como buen representante del neorrealismo italiano quiere mostrar la realidad sin filtros, sin ocultar nada al espectador, trata de ser sincero en lo que narra, pues tiene el compromiso de denunciar lo mal que viven algunos que no pueden acceder a la mesa de los grandes banquetes.
Asimismo, en esta realización, consigue acercarnos a un mundo subalterno, pues muestra el rostro más crudo de la Italia de posguerra, en donde intervienen una serie de arquetipos arrancados de sus raíces, aunque no son el centro de la cinta, pues este es la ciudad, esa gran mole que parece tragarse todas las ilusiones y que no satisface su apetito, las personas no son más que meros trozos de carne que se compran y venden.
Como obra artística la forma y el fondo consiguen una buena simbiosis, a esto se suma la buena performance de sus actores que durante su metraje se vuelven entrañables, resaltan al dar todo de sí. Además, logra ofrecernos una hermosa metáfora, dicha por uno de los personajes de la película: todos tenemos una misión en esta vida, incluso la piedra más pequeña, aunque no sepa a ciencia cierta cuál es su fin, con el paso del tiempo lo llegará a conocer. En esta línea, si sacas a alguien de su espacio o, en su defecto, lo que considera como su fin en esta vida, tal vez lo estés condenando a deambular en un mundo que ha perdido todo el sentido.

Lume

Agli