Opinión

Un empleo inusual

¿Qué estamos dispuestos a hacer por necesidad?, esta pregunta puede tener diversas respuestas, cada una encausada por la perspectiva de quien la responda, a causa de la posición que tome con respecto al tema. Muchos podríamos contestar que no estaríamos prestos a cualquier actividad, argumentaríamos, en algunos casos, qué sería necesario sopesar los pros y los contras, para saber cuál sería la actividad más acorde a la que nos queremos dedicar. Sin embargo, esa sería una situación ideal, no siempre se puede realizar lo que anhelamos, la mayoría de veces tenemos que hacer labores alejadas de nuestras expectativas iniciales. Esta es una cuestión que se repite cientos de veces, si nos planteamos el presente y pensamos en el pasado, nos damos cuenta que, en cierto modo, nuestro camino se ha ido torciendo. Sin ir muy lejos, si hacemos una pequeña encuesta e iniciamos una serie de entrevistas, lo más probable será que la mayoría de los encuestados respondan que no efectúan tareas de su agrado porque, por diversas razones, son distintas a las imaginadas cuando se encontraban en el proceso de formación. No obstante, esto no quiere decir que no exista gente feliz con la actividad que realiza y se levanta todos los días con ganas de estar en el centro de trabajo.
Es cierto, una persona puede iniciarse en una ocupación distinta a la que planificó, pero, cuando se acomoda en un trabajo con el que obtiene beneficios a largo plazo, cuenta con un sueldo seguro —aunque nada sea seguro en esta vida— y siente que no hay necesidad de sopesar otras opciones, inevitablemente se estancará y echará por tierra cualquier idea de cambio. Vivir en la incertidumbre de perseguir un sueño no es una opción.
Imaginemos a dos trabajadores de una funeraria que se dedican a trasladar en una carroza los restos de los ejecutados en la cárcel, todavía está vigente la pena de muerte, y qué, por casualidades de la vida, durante una jornada habitual, deciden llevar a su casa al ejecutor del castigo, un anciano simpático y gracioso. Su presencia en el vehículo no deja de causarles inquietud debido a la profesión que desempeña. En una concatenación de eventos azarosos, uno de ellos termina casado con la hija de ese personaje y en contra de lo esperado, y de sus expectativas laborales, termina ocupando su puesto.
Este es el argumento de la película El Verdugo (Berlanga, 1963). Una obra de humor negro que muestra el ambiente de Madrid de los años sesenta. Parodia las costumbres y los elementos considerados piedras angulares del sistema imperante durante aquellos años.
Su crítica a la política reinante es sutil y se enmascara detrás del humor para poder eludir la censura que imperaba en el momento de su estreno, aquí se ve la genialidad del director Luis García Berlanga. Para muchos críticos es una de las mejores películas que se han realizado en España y en cuestión de comedia está considerada como la mejor.
A cualquiera le daría repelús estar al lado de un personaje de este tipo, dedicado a acabar con la vida de sus similares, es cierto, esa misión le es encomendada por el estamento del estado para el que trabaja. No es su culpa, para él es una ocupación como cualquier otra. La mayoría sentiríamos escalofríos de solo verlo, en el presente sería una aventura escabrosa encontrarse con un ser así, más en la actualidad la figura del Verdugo es decimonónica, desfasada, se convirtió en una de tantas actividades que han ido quedando en el olvido con el avance de nuestra civilización.
El aire costumbrista que nos muestra la cinta es un documento que exhibe el ambiente de esa época, en donde se ven barrios pobres y la preocupación de conseguir una vivienda adecuada, además de los compadrazgos para tener oportunidades laborales.
Esta comedia es entretenida de principio a fin. El ambiente en el que se desarrolla es normal y corriente —se me haría reconocible si hubiera vivido en aquella época—. Gracias a su planteamiento se muestra a esa ciudad pretérita. Ahora la urbe ha cambiado, se ha hecho más grande, también ciertas diferencias se han hecho más patentes. El filme se centra en mostrarnos un momento de la historia ensombrecido por la dictadura que imperaba.
Su humor, la forma de abordar el asunto, ese desenfado que demuestra en cada una de sus escenas, nos hacen partícipes de las ocurrencias de sus actores, en ese mundo en donde la gente hace cosas que van en contra de su moral, como si no tuvieran más opciones que resignarse a su destino, sin expectativas, víctimas de los avatares del contexto, un periodo perjudicado por la guerra civil y la dictadura. Esos hechos traumáticos merman en varios aspectos sus ideales.
Una obra sencilla, su mensaje se tiene que leer entre líneas, gran parte de su discurso es subyacente a la trama de la narración, un ardid que utilizó el guionista para solo ser percibido por aquellos que estuvieran atentos a todo lo que se fuera dando en la pantalla. Su propuesta fue acertada, no fue censurada y se permitió su estreno en la España de 1964. La gran mayoría esperaba encontrarse con una comedia ligera, de esas que uno ve cuando no se quiere romper la cabeza, pero su mensaje era otro, tanto así que, cincuenta y cuatro años después, se sigue hablando sobre ella.

Mitchel Ríos

Lume

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