Opinión

Un club

Muchas veces, en distintos momentos de nuestras vidas, hemos añorado ser otra persona, es normal (por lo menos algunos sostienen eso) anhelar lo que no poseemos, nunca vamos a estar conformes con lo que somos, siempre miramos hacia afuera, hacia el otro, para ver lo diferente a nosotros.
¿Qué pasaría si todo ello cobrara forma y se volviera real?, tal vez, en este punto, no sabríamos cómo reaccionar, no tendríamos una respuesta, es decir, enfrentarnos a un alter ego creado por nosotros sería una situación difícil de asimilar, porque a menudo cualquier deseo, cualquier ansia, casi siempre se queda en una mera utopía y, de ese modo, aprendemos a vivir con las obras irrealizables.
Hace veinte años de estrenó la película El club de la lucha (Fight Club, David Fincher, 1999), en ella se aborda la idea de llevar al extremo el inconformismo con la vida que podemos llevar. Edwar Norton interpreta al narrador que construye un personaje encarnado por Brad Pitt, Tyler Durden, como una forma de hacer más tolerable su vida, debido a las presiones constantes del medio al que se ve sometido en su trabajo; en pocas palabras, el encargado de contarnos la historia reúne en su microcosmos las inquietudes, aspiraciones y frustraciones humanas.
El relato es una gran metáfora sobre la vida contemporánea, a pesar del tiempo que tiene, su mensaje se mantiene vigente. Nos presenta los entresijos de la sociedad, en donde existe gente desencantada y, en cierto modo, fácilmente manipulable; solo basta con mostrarles un camino, una ilusión, una motivación para hacer algo distinto.
Esa desilusión con la realidad, dentro de la ficción, es lo que da pie a Tyler para crear una organización que refleje las turbaciones de sus integrantes, su fin es acabar con los elementos innecesarios que acaparan su atención a diario y son improductivos para su supervivencia. Ese simple mensaje atrae adeptos como moscas. La idea de romper cualquier control que ejerza el sistema y desbaratar el estilo de vida que impone como una forma de realización personal, seduce a todos. En la práctica sale a relucir su furia, sus instintos básicos toman el control haciendo de ese trayecto un trance sórdido, dañino y descontrolado; tocar fondo es la manera de despojarse de la máscara que utilizan a diario, escondiendo tras de ella lo que realmente son, como una forma de inhibirse.
Quedarnos con la violencia que se observa durante el transcurso de la obra es simplificarla, su mensaje es claro, ese no es el camino, pero se adentra en ella, para, desde dentro, mostrar lo peligroso que puede ser seguir ese sendero, el de dar libertades al aspecto destructivo de nuestra personalidad, esa envoltura es la que nos sumerge en las entrañas oscuras de la identidad del sujeto que busca encajar como sea. No obstante, esa muestra es necesaria, solo así se consigue el efecto que busca el filme: reflexionar sobre un mundo en caos a causa de la violencia generada por la búsqueda de cambios sustanciales.
En el club de la lucha se mezcla en un mismo arquetipo la figura del héroe y del antihéroe, porque, en cierto modo, dependiendo de las circunstancias y del cristal con el que se miren nuestras acciones, todos lo somos.

Mitchel Ríos

Lume

Agli