Creatividad

Titileo

Estaba sentado viendo una película con el cuarto a oscuras, ese ambiente sombrío le encantaba.
Llevaba varios meses buscándola en las plataformas de video por demanda, a causa de su antigüedad era difícil ubicarla. Para dar con ella tuvo que empaparse de las novedades de estos portales, actualizaban sus contenidos cada treinta días, aunque, a veces, se les daba por hacerlo en la primera quincena del mes. Por eso cuando la vio en cartelera se apuró en hacerse con ella. Como tenía la opción de descargarla en el ordenador, la guardó en una unidad de almacenamiento externo, lo hizo porque no quería llevarse la ingrata sorpresa de que la quitaran, de este modo podía verla cuando quisiera.
Conectaría el disco a un televisor antiguo, un enorme vejestorio. Cuando lo adquirió llamaba la atención por la calidad de la imagen, comparado con la generación anterior de estos artefactos el salto de calidad era notorio, además fue de los primeros que contaban con puertos USB y un reproductor de video integrado. Sin embargo, su aspecto vetusto, en la actualidad, pedía a gritos una renovación, los colores se veían opacos y su pantalla, así como el diseño, habían quedado desfasados. Cambiar de tele, por ahora, no entraba en sus planes, mientras funcionara, no tenía la necesidad de hacerlo, el día que no encendiera, si no daba pie a nada más, compraría uno nuevo.
Como esperaba, la obra era entretenida y ahí estaba, centrado en ella, cuando comenzó a fijarse en el titileo del led del disco duro, no dejaba de parpadear. Dejó de ver la cinta y se enfocó en las lucecitas que alumbraban, cada cierto tiempo, aquel emplazamiento. Tras notar los ciclos repetitivos recordó que había leído en un artículo de investigación cómo se comunicaban por intermedio de este sistema.
Aquel texto afirmaba que se podían mandar mensajes cortos, pidiendo ayuda, y también extensos, era viable escribir cartas enteras. Este lenguaje estaba debidamente decodificado y traducido, había manuales en distintas webs, no era difícil de entender, pero era necesario tener alguna idea sobre el tema, cosa que él no poseía, por lo tanto, tenía que empaparse un poco más.
Pausó la película, pensó que de este modo la lucecita se detendría, pero no fue así, siguió titilando, ¿acaso sería un mensaje que alguien le estaba mandando?, pero ¿quién?, esto hizo que cierto temor le surgiera, le tenía pavor a las situaciones que se salían de sus manos, que no podía controlar. Volvió a inquirirse: ¿quién querría mandarle un mensaje de ese modo?, hasta donde sabía, no esperaba ninguno, tampoco recordaba tener cuentas pendientes, ¿sería un mensaje del más allá?, en este punto ya estaba preocupándose, volvió sobre sus pasos y se preguntó ¿a qué se debería?
Estaba solo en el apartamento, hubiera sido bueno tener un testigo, de ese modo podría debatir si lo que estaba observando era cierto o simplemente se trataba de una broma de mal gusto de su cerebro, podían ser muchas cosas, por eso se contuvo y no llamó a nadie, lo tomarían por loco, se imaginaba que le dirían:
—Venga tío, no vengas con tonterías, esas teorías tuyas están cogidas por los pelos, como te van a mandar un mensaje así, sería más fácil que te llamaran por teléfono.
No lo entenderían —estaba convencido—, quizá lo harían si estuvieran viviendo esta circunstancia.
A oscuras empezó con el proceso de investigación. Encendió el ordenador y buscó información. No fue difícil dar con una tabla en donde se explicaba el encendido y apagado de las luces. También detallaban la modalidad de las señales largas y cortas. Se puso a observar detenidamente para entender lo que estaba aconteciendo. A pesar de dar con la forma de decodificar el mensaje, no le quedaba claro cómo aplicarla a lo que estaba observando, estaba yendo a ciegas en su pesquisa.
Cogió un bolígrafo y una hoja de papel, se puso delante del disco externo, apuntaría si las señales del led eran largas o cortas, ese mensaje en morse no se le escaparía de las manos. Así, centrado en esa actividad se percató de que las señales eran cortas, con intervalos de un segundo, dijo segundos porque para él era la menor unidad de medición del tiempo, pero con seguridad era menos. De ese modo, tras escribir todo, se sentó nuevamente, se acercó al ordenador y se guio por la tabla que encontró. En el primer intento no pudo descifrarlo, esto le generó más dudas, hizo un segundo amago de traducirlo, pero no consiguió como resultado nada legible, esto lo confundía más, ¿quién quería contactarlo? Por estar centrado en esto, se olvidó por completo de la película, ya no le interesaba si era un clásico o el tiempo que demoró en conseguirla, había fuerzas más poderosas que lo apartaban de aquello. Siguió intentándolo, pero su trabajo fue infructuoso.
Después de darle cientos de vueltas, se le ocurrió que tal vez aquel parpadeo se debía a otras cuestiones, menos misteriosas —esto lo tranquilizó—. Trató de convencerse de que se debía a que el televisor estaba accediendo a los datos del disco y que no había ningún mensaje cifrado, nadie se quería comunicar con él, no pasaba de ser una de las tantas pajas mentales que solía hacerse y a la hiperactividad que no lo dejaba tranquilo, esa que le jugaba malas pasadas.
Sin darse cuenta había invertido varias horas en esa actividad, era tarde y tenía que madrugar. Se levantó del sofá, se acercó a la mesa, desconectó el disco duro, lo guardó en su caja, la colocó en un rincón de su escritorio, a la espera de ser usado más adelante. En el estuche, sin embargo, de vez en cuando, seguía encendiéndose una luz que cada vez, conforme pasaba el tiempo, se hacía más tenue, pero cuyos ciclos eran constantes, no se detenían.
Se fue a recostar en la cama, tardó en dormirse.

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