Creatividad

Tiempo perdido

Hace unos días, mientras vagabundeaba, pasé al lado de un banco, estaba bajo un árbol y a pocos metros de un contenedor de basura. Sobre ella había un libro, mi primera impresión fue de curiosidad, ¿quién puede abandonar un libro en un lugar así?, por eso al pasar vi su estado, de soslayo.
Después de revisar una agenda vieja, me encontré con un número de teléfono sin nombre asociado, no recordaba de quién era.
No era nuevo, tenía raída la portada, las esquinas de las hojas estaban desgastadas, era una edición de bolsillo. Sin abrirlo podía esperar a que las páginas estuvieran marcadas, no había que ser muy listo para darse cuenta de ello.
Por la cantidad de dígitos, era antiguo, desde que lo anoté hasta hoy la marcación era diferente. El no saber el nombre era un inconveniente, sin embargo, tendría que haber una buena razón para no tenerlo apuntado. La idea que surgió, tras darle vueltas al tema, fue que no lo anoté porque era de alguien al que quería olvidar. Esto era factible, por eso no dejé rastros.
Todo residía en prestar atención, las hojas estaban lo suficientemente separadas como para observar que había sido leído.
En ese momento pasé de largo, no me detuve, pero seguí pensando en ese texto. Al recorrer dos bloques di la vuelta y volví sobre mis pasos, desde una esquina me puse a estudiar mejor la situación, sopesar las circunstancias, analizar si era factible: acercarme, cogerlo y darle un buen hogar.
Si era verdad que pertenecía a alguien al que buscaba olvidar, lo logré, pues no tenía la más mínima idea de a quien pertenecía.
El lugar no estaba demasiado concurrido, durante el tiempo que estuve pasaron pocos viandantes, estaba con suerte, ninguno se percató del objeto abandonado, nadie hizo el intento de acercarse y de revisarlo, iban entretenidos en otros asuntos que no implicaban aproximarse al banco.
Por otro lado, me gustaría recordar cómo lo hice y ponerlo en práctica otra vez, pero, al parecer, esto solo funcionaba una vez.
Era un libro invisible a sus ojos.
Hace tiempo guardé una carta que versaba sobre una conversación que tuve y, al no tener el contenido que yo esperaba, la archivé. Durante mucho tiempo me olvidé de ella, hasta que quise leerla de nuevo, no pude encontrarla, descubrí que también era bueno para esconder las cosas, aunque yo le llamara archivar.
Estaba estudiando la situación, parecía un espía, un personaje de novela negra, tratando de resolver el caso del libro olvidado, ¿Qué haría Holmes?, con seguridad un arquetipo de su talla no estaría haciendo el memo como yo, lo hubiera cogido sin más y sin ninguna preocupación, o quizás sí, esperaría a que todo estuviera en calma y dar el golpe. Era emocionante, yo ahí, a las puertas de una aventura.
¿Cómo se puede apuntar un teléfono sin poner una anotación al lado?, Ante esto también surgían más dudas, si quería olvidar a la persona detrás de los dígitos, ¿para qué conservé el número?, ¿no hubiera sido más lógico borrar todo y dejar la página en blanco?
Cuando noté que el movimiento había cesado, decidí acercarme y cogerlo, me haría con una obra que se me presentó de la forma más extraña, ese día, no tenía planificado llevarme un libro a casa y, de esa forma, menos.
Sí, hubiera sido mejor dejar la página en blanco.
¿Sería un libro abandonado u olvidado?
Tenía una leve noción de cuál fue la causa para no deshacerme del número: Mi yo del pasado pensaría que para olvidar a alguien no bastaba con proponérselo, supondría que era necesario un proceso, no tener necesidad de contactarle o de hablarle. Es así que tenía más mérito no llamarle teniendo escrito su número que no hacerlo por haberlo borrado, mas todo era una mera suposición, solo ese yo sabría realmente cuales fueron sus motivaciones.
Si había sido abandonado, no habría problema.
Desde esa época a la actualidad habían pasado muchos años, ahora era otro el contexto, me causaba curiosidad saber a quién pertenecía, tal vez si me comunicaba con el dueño o dueña del número recordaríamos épocas pasadas, podríamos ponernos al día, comunicarnos las buenas nuevas, si habíamos cambiado demasiado, si ahora teníamos proyectos entre manos, si esperábamos noticias importantes en nuestras vidas. Podía elucubrar hasta el hartazgo, pero para llegar a ese punto, el de contactar, antes tenía que saber a quién pertenecía.
Si tenía dueño, tal vez volvería a por él. Este sería un gran inconveniente, ¿qué le diría?, tendría que planificar una disculpa.
Tendría que rebuscar en mis recuerdos para dar con la persona tras el número y si al final no encontraba nada en ellos, revisaría algunos apuntes de aquellos años, en alguna parte aparecería una pista que me llevaría a desentrañar el meollo del asunto, sería un trabajo arduo.
Al acercarme y tener a la vista la portada, tenía un 98 enorme escrito.
Durante varios días estuve dándole vueltas, hasta que comencé a encontrar pistas dispersas y después de unirlas, apareció otro problema, al ser un número antiguo tendría que encontrar su equivalente actual.
De repente, debajo estaría acompañado de las palabras Generación del, para asegurarme debería de tenerlo en mis manos.
Después de dedicarle tiempo y esfuerzo, tenía un nombre y un número, sin embargo, cuando estaba a punto de llamar pensé en lo que hablaría después de tanto tiempo, ¿qué podía decirle? y si era el otro lado el que no quería saber nada de mí ¿para qué menear el pasado?, en esa tesitura sería como hablar con un desconocido.
En ese momento, alguien pasó por ahí, no me había dado cuenta, aborté el plan.
La seguridad inicial se esfumó, no sabría qué decir, por eso, pensándolo bien, era mejor no remover nada y devolver la agenda a su lugar. Eché por tierra el trabajo, había perdido el tiempo.
De vuelta a casa, el recordar ese libro viejo, me hizo pensar en los que guardaba en mis estanterías, junto a unos cuadernos. Incluso había una agenda por ahí.

Mitchel Ríos

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