Creatividad

Tesituras

El puesto en el que se desenvolvía no era sencillo, necesitaba tener pericia; era complejo y requería de responsabilidad, en sus manos esa actividad estaba correctamente desarrollada; consideraba que hacía todo bien, la desfachatez de sus palabras y los juicios que establecía eran parte de su ocupación.
Vivía en un mundo paralelo —cualquier cosa se podía hacer realidad—, su manera de desenvolverse era perfecta, en su mente la objetividad no existía —si era verdad que cada quien podía hacer al mundo a su manera; ella era la muestra—.
Se levantaba temprano, se miraba al espejo, miraba la imagen que se reflejaba, se detenía en su aspecto, tenía que arreglarse para estar presentable, con la apariencia no se podía jugar. Su trabajo le requería estar en condiciones, el aspecto era lo que se extrapolaba a lo demás.
—Te tratan como te miran —eso está claro.
Era algo común, la sociedad en la que se desenvolvía estaba construida de ese modo, imaginar un mundo diferente requeriría desaparecer el orden establecido y fundar otro; una utopía en todo el sentido de la palabra. Se vestía con el uniforme —no se complicaba la vida escogiendo qué ropa ponerse—.
Antes de salir se volvía a mirar al espejo, ataviarse le requería tiempo, podían pasar varios minutos y, aun así, no se sentía a gusto con el resultado —una capa de maquillaje, unos labios orlados y el cabello planchado—. Cogía su bolso, el portátil y alguna cosa extra, cerraba la puerta de casa y salía a la calle; enrumbaba en dirección a la estación del bus para dirigirse a la oficina.
Estaba somnolienta no había descansado adecuadamente; hacía calor en exceso y eso no le permitía pernoctar tranquilamente. Lo extraño era que conseguía dormir pronto, pero se despertaba varias veces, en cada ocasión miraba el móvil, no dormía más de diez minutos seguidos, era un despropósito, yacía en la cama dando vueltas, volvía a mirar la hora y esta no avanzaba, era como sí el tiempo se hubiera detenido.
Mientras caminaba imaginaba lo cómoda que estaría en el lecho —se le escapaba algún bostezo—, a esto había que añadirle un dolor insoportable de espalda, llevaba varios días molestándole, solicitó cita para el médico de familia y este le recetó unos analgésicos, los paliativos no aliviaban su estado, la sensación incómoda permanecía inalterable.
Otro de sus males eran los dolores de cabeza —no recordaba un día en que no le doliera—, en el desayuno era imprescindible ingerir un ibuprofeno. Medicamento salvador, noble y barato, le tenía cierto afecto, la sacaba de apuros; eso era bastante.
En una oportunidad debía tomar un vuelo para ir a hacer un curso de capacitación, mientras se encontraba en la sala de espera notó a una muchacha que lloraba por un dolor insoportable, se le acercó y le entregó un blíster con pastillas que había cogido de su bolso. La chica saco una pastilla y le quiso devolver el resto.
—No te preocupes, llévatelas.
En el aeropuerto podían darse escenas llamativas, cada cual más curiosa. Una vez había dos tipos conversando fraternalmente, parecía como si se conocieran de toda una vida. Ambos viajaban a Italia. Escuchando la conversación pudo deducir que se habían conocido en ese momento.
—Es la primera vez que viajo fuera del país —llevaba una maleta pequeña y una guitarra.
—Ese país te va a gustar —decía emocionado y añadía— vivir ahí es diferente, la idiosincrasia, el trato de las personas, el medio en sí mismo, tendrás muchas oportunidades.
—Por eso me he decidido a viajar.
—Si necesitas de ayuda cuenta conmigo, te puedo dar información que te será útil.
—Gracias, lo tendré en cuenta.
De repente hizo su aparición el encargado de abrir el embarque, la gente comenzó a formar filas, algunos querían estar primeros —como suele ser en los vuelos low cost—. La conversación continuó en la cola, sin embargo, no podía escuchar lo que decían porque se habían alejado varios metros. Hizo su aparición una de las encargadas de verificar los equipajes —comenzó a marcarlos con unas pegatinas—, viendo que demoraría solicitó ayuda.
—Los pasajeros que se ofrezcan como voluntarios para controlar los equipajes podrán embarcar de manera preferente.
Un par de personas se ofrecieron y comenzaron a prestar su ayuda. Mientras tanto, por el otro lado una de las azafatas señalaba las maletas de un grupo de pasajeros y les indicaba que irían en la bodega, los reclamos no se hicieron esperar porque al bajar en el destino se tendría que aguardar por ellos, lo que implicaba perder tiempo, se tenía que ir a una sala en donde había una cinta y reconocer cada equipaje de manera individual.
Por megafonía se escuchó que se procedería al embarque del vuelo, la fila comenzó a avanzar. Los pasajeros se acercaban a la ubicación del encargado, presentaban sus documentos y el billete, este les indicaba que colocaran su equipaje de mano en un medidor, una pieza de metal usualmente de color azul, en él estaban inscritas las medidas de las maletas que podían subir al vuelo sin facturar; si se ajustaba a las dimensiones embarcaba, sino, surgían problemas; en algunas oportunidades se tenían que tirar cosas para poder abordar.
Llegó el turno de embarcar a los recién conocidos, uno se adelantó —el de la guitarra se quedó rezagado—. Presentó sus documentos; lo dejaron pasar, tenía todo en regla. El otro tuvo problemas, si bien la maleta tenía las medidas solicitadas y era considerada equipaje de mano, la guitarra no estaba contemplada dentro de esa categoría, era necesario pagar para poder llevarla y eso requería esperar. Observó la cara del tipo y lo notó un poco desencajado, denotaba que era la primera vez que volaba.
Llegó a la estación, en una de las pantallas pudo ver que el bus demoraría, llegaría tarde al trabajo; el sueño era persistente.

Mitchel Ríos

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