Creatividad

Sin motivación a la vista

Cada vez que entraba a un lugar tenía la impresión de interrumpir una charla; podían ser solo suposiciones o películas que se montaba en su cabeza a causa del hastío, pero la idea de que era el causante, el instaurador del silencio, se enquistaba en sus pensamientos. Examinaba el lugar, dejaba de lado esa sensación y tomaba asiento: se concentraba en su labor. Me puse en una de las mesas pegadas a la pared, evité a un grupo de turistas, supe que lo eran porque sus maletas y mochilas estaban apiladas al lado de la ventana de la puerta principal. No me apetecía gran cosa, simplemente beber una copa de vino y fumar un cigarrillo mientras repasaba algunos apuntes del trabajo.
En una de las paradas del autobús, las personas se apretujaban. Hacía poco que las autoridades habían puesto en marcha diversos dispositivos para facilitar la movilidad de la gente, los resultados eran evidentes; la medida era de lo más acertada, era hora de dar prioridad a los viandantes en lugar de preferir a los vehículos motorizados. La multitud iba más ordenada y los coches eran menos molestos. Durante la peor época, las colas para comprar lotería entorpecían la fluidez de los movimientos, era necesario estar en alerta continua, incluso en los cruces peatonales.
Cogí parte de mis folios, comencé a tachar algunas ideas que no venían a cuento, tenía que presentar el artículo.
El trabajo como redactor en el diario estaba mal remunerado, se podía decir que percibía un sueldo insignificante. Le pagaban como a un becario, a veces, le hacían sentir que era él quien debía dar las gracias por trabajar en esa empresa, pero, sopesando la situación, no había mucho donde elegir. Sus expectativas no eran demasiado altas, con poder vivir de forma digna le bastaba, eso lo tenía grabado en la mente cuando encontró el aviso, un papel tirado en la acera: Se necesita redactor y creador de contenidos, algo parecido le sucedía a un personaje de Carlos Fuentes en Aura; en mi caso no tendría que dar clases a nadie, tampoco estaría expuesto a situaciones extrañas, era cuestión de ir a una entrevista y nada más.
Estaba cansado de estos rituales, todas empezaban por lo mismo, te hacían esperar en recepción hasta que alguno de los entrevistadores se acercara, usualmente se demoraban. Entendía que estuviesen atareados, pero tener a alguien esperando tampoco era lo mejor, el tiempo tenía el mismo valor para todos, esta premisa era papel mojado, no era cierta, nunca se llevaba a la práctica. Al inicio me hacían sentir incómodo por las preguntas y las formas que debía guardar.
Las primeras veces, para perder el temor, comencé a buscar consejos en la red, aunque después de leer algunas opiniones, me arrepentía. En vista de lo infructuosa de esa acción, decidí buscar videos, me enfoqué en el de una chica que se presentaba a una entrevista. Era recibida por un señor mayor, con un tono serio comenzaba a interrogarla. Las preguntas eran incómodas, le hacía pasar un mal rato, abusaba de su posición; como ella quería el trabajo, aguantaba. Cuando la situación llegaba a su punto más álgido, aparecía una señora, la encargada de hacer la entrevista. El individuo, al verla, dejaba de hablar y ocupaba su posición de candidato al puesto. En este punto, la historia daba un giro, reconocía a la chica como hija de un buen amigo, se iniciaba una charla amena entre ambas, en vista de esos lazos afectivos, la mujer despedía al hombre con la promesa de llamarlo en otra oportunidad.
Esto me dejó un mal sabor de boca, por un lado, me parecía bien que pusieron en su sitio al tipo por su comportamiento cabrón, se excedió en el trato, la historia nos empujaba a tomarlo como el malo de la película, pero por otro, la cuestión del amiguismo, me parecía poco ético. Pude sacar en limpio que el mundo estaba lleno de cuñados.
La entrevista empezó, me hicieron pasar a una oficina, mientras me hacían preguntas —las mismas de siempre—, me entretenía mirando el paisaje por la ventana. No pensé que me fueran a llamar, si bien consideraba que reunía los requisitos, uno nunca sabe, no dejan de ser una moneda al aire. No obstante, si hubiera sabido las condiciones en su momento, no me hubiera dado la molestia de asistir, pero ya estaba, me la metieron doblada, sería una experiencia nueva, ayudaría a engrosar mi currículo, no veía el lado malo, además, era mejor eso que nada.
Ese día cubrí un evento que tuvo lugar en una de las plazas principales, al parecer era una protesta. La muchedumbre gritaba; me acerqué para obtener información. Conversé con varias personas, fueron amables, cuando tuve varias notas apuntadas, decidí regresar a casa, de camino entré a un bar.
Después de tachar algunas palabras me di cuenta de que el resultado sería un escrito vacío… así eran las cosas, no todos los días se escriben textos exitosos, además por el irrisorio sueldo ¿que esperaban?, no me sentía motivado.
Estaba con mi copa y el cigarrillo, pensando, ensimismado, en ese momento entró una pareja, como no tenía nada mejor que hacer, comencé a prestarles atención, se sentaron en la barra, pidieron unas cañas, bebían, se reían y se abrazaban, de repente, uno de los dos comenzó a llorar, sabe Dios por qué, la escena pasó de ser interesante a anodina, por eso levanté mi culo del asiento, pagué, apuré el paso para salir, no quería que algo así jodiera mi día.

Mitchel Ríos

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