Opinión

Rumbo sombrío

Entre todas las posibilidades que tenía para entretenerme, este fin de semana, me decanté por ver una película francesa, la opera prima de François Truffaut, Los cuatrocientos golpes (Les quatre cents coups), estrenada en 1959. Las críticas de grandes cineastas como Buñuel, M.G. Clouzot, Godard, Carl Dreyer, fueron de lo más favorables, elevándola a un pedestal, por la calidad y propuesta del director, fue una brisa fresca en la industria, renovándola y dejando de lado los encasillamientos.
En Francia se han rodado grandes obras cinematográficas, La evasión (1960), Las diabólicas (1955), Un condenado a muerte se ha escapado (1956), por citar algunas, hay vida después de Hollywood, y de muy buena calidad. Sus bandas sonoras son un punto destacable, generan un ambiente especial al visionarlas.
El filme nos narra la historia de un niño en un mundo hostil. Su entorno se encarga de echar por tierra sus aspiraciones, haciéndole notar su condición de hijo no deseado, ese desdén es desastroso para su desenvolvimiento.
En ese proceso se va convirtiendo en un sociópata, al ser empujado por caminos que transgreden las normas establecidas. El cumplimiento de las leyes se nos inculca desde temprana edad, por eso, desobedecerlas es imperdonable, ese hecho es motivo de castigo, porque va en contra de la forma de ver el mundo por el hombre, se le hace más sencillo desenvolverse en un mundo de certidumbres, en uno alejado del caos y con un orden establecido.
En el transcurso de la narración se nos van esclareciendo ciertos elementos que al inicio eran opacos, dándonos algunas pistas para poder comprender la razón de su desarrollo indisciplinado, conforme se transita la descripción del argumento uno se percata de ese ambiente enrarecido. Los momentos felices en su vida son pocos, sin la fuerza suficiente como para cambiar el rumbo de su destino, se acentúa su condición desvalida, de esta forma su suerte está echada, haga lo que haga, solamente conseguirá hundirse aún más, es cierta la premisa de que las cosas siempre pueden ir a peor.
Todo el conjunto de sinsentidos se ve perfectamente representado en la escena de la escuela. En ella vemos a nuestro personaje presentando una redacción, durante algún tiempo le dedica varias horas a la lectura, quiere cumplir el trato hecho con su madre, quedar en los primeros puestos, se le nota motivado, todo sigue siendo igual, lo único distinto es el acicate del premio, por eso comienza a interesarse por las obras de Balzac y lo toma como referente para escribir, consigue realizar su composición, la presenta, aparentemente será premiado por su esfuerzo, pero en esta historia no se dan las cosas como se presumen, en lugar de ser un estudiante destacado, su maestro cree que es un plagio el trabajo presentado y lo considera un mentiroso, de este modo esa pequeña probabilidad de cambio se ve truncada, cualquiera de nosotros se sentiría decepcionado en una situación así, después de poner empeño en efectuar una tarea. Su profesor lo ve con cualidades insuficientes como para expresarse de una forma tan elevada en un escrito. Los reproches del encargado de la escuela solamente consiguen añadir más epítetos a su constante desventura, si se le dice insistentemente a un niño que no sirve para nada, quizás llegará a creérselo, sus acciones no tienen valor, no tiene motivos para seguir en un centro que no le aporta nada.
Esa desilusión se hace patente en su escapada de la escuela, seguir en este lugar no tiene razón de ser, qué sentido tiene hacer un buen trabajo si, al presentarlo, se nos considera incapaces de haberlo realizado y además se nos califica de farsantes, en una circunstancia así todo dejaría de tener sentido, a causa del juicio de una autoridad incompetente, este es el problema de los mediocres, piensan que los demás son incapaces de hacer las cosas que ellos no pueden.
A pesar de todos esos sinsabores puede actuar con naturalidad delante del psicólogo, el pequeñajo responde con tal franqueza que nos causa congoja, denotándose en sus respuestas su forma inocente de ver el mundo. El actor que lo encarna se desenvuelve con tal normalidad que traspasa la pantalla, logra hacernos parte de ese momento, es como si estuviéramos a su lado durante su terapia, uno lo ve manejándose de buena manera en esa tesitura.
Un niño apartado de todo, que no encuentra afecto en ningún lugar porque ese no es su espacio. La vida es dura y, conforme avanza, se endurece más aún. Algunos estamos vivos debido a distintas eventualidades.

Mitchel Ríos

Lume

Agli