Opinión

Ritmo frenético

Una de las cosas que más valoro en las películas cómicas de Billy Wilder es la forma en la que no se toma nada en serio, llegando, por momentos, en algunas de sus obras al paroxismo. Por lo general, de forma inteligente parodia y ridiculiza diversos posicionamientos políticos a partes iguales, esto es un acierto, pues nadie podrá tacharlo de alinearse con determinados órdenes. Esto se puede ver, más claramente, en la producción One, two, three, en donde lleva al extremo su crítica mordaz, es sesudo con sus comentarios sobre el mundo empresarial y los tejemanejes que en él se producen, además de presentar una imagen del sistema capitalista y comunista.
Uno, dos, tres (Billy Wilder, 1961) narra una historia que tiene lugar durante la época de la guerra fría entre Estados Unidos y Rusia, sus acciones toman como escenario a la Alemania dividida por el Muro de Berlín. Asimismo, para la exposición de su historia utiliza a MacNamara, interpretado por James Cagney, un representante de una multinacional de bebidas gaseosas que trabaja en la parte occidental del país teutón. Este, debido a su mala estrella, se ve envuelto en varias aventuras ocasionadas por diversas situaciones peliagudas, por eso durante el transcurso de los acontecimientos será el encargado de darles solución.
En este vodevil, el director saca a relucir su vena más ácida y punzante, no deja títere con cabeza. Toma como pretexto la guerra fría para plantear un relato cáustico, frenético y acelerado, en donde las acciones no tienen pausa y se van engarzando, en el montaje, unas con otras, de una forma tan ingeniosa, que no dan respiro al espectador.
Desde el inicio van sucediéndose rápidamente los diálogos, con un guion a la altura de la buena performance de Cagney, que carga sobre sus hombros el peso del argumento del filme y tiene la responsabilidad de darle sentido a varias situaciones que se dan en él. Este ritmo vertiginoso se mantendrá así hasta el final de la película. Su planteamiento trepidante consigue mantener al público pegado a su silla, en donde se sabrá la velocidad que adquirirá gracias a la aparición del reloj de cuco, que marcará la pauta para el discurrir de la cinta.
Luego de ver la manera en la que van pasando los créditos en la pantalla, tras oscurecerse y concluir, el espectador aún no sabe a ciencia cierta lo que acaba de presenciar. Las dos horas, y algunos minutos más, de situaciones jocosas, absurdas, de las que ha sido testigo, llenas de un ritmo vertiginoso, lo han dejado, casi, boquiabierto, ¿qué ha pasado?, pues eso es lo que sucede con esta película, no se puede explicar, a cabalidad, la cantidad de emociones que te hace sentir. Su desarrollo frenético hace que uno no pueda alejarse del sofá en ningún momento, porque, si eso sucede, lo más probable será que se pierda el hilo de lo que se está viendo, quizás, por todo esto la presente obra es considerada una de las mejores del gran Wilder.

Lume

Agli