Opinión

Por los viejos tiempos

Las calles de Madrid en ocasiones pueden ser caóticas, en especial los fines de semana. En su espacio se mezclan beatos y profanos. De una calle a otra el ambiente se siente diferente debido a los siglos de historia que contiene. Esta ciudad es la mejor muestra de que en la diversidad está la mejor baza del ser humano. Las barreras se invisibilizan, la mezcla se hace patente, en su medio todo es posible, el límite es uno mismo.
En sus bloques se representan miles de microcosmos que se abren ante el observador más agudo. Sus piedras laten ante el transeúnte, su asfalto es un testigo mudo de los sinsabores del día a día, de las caminatas de madrugada, de la ida y del regreso y, contra todo pronóstico, en lugar de frialdad exhala sensibilidad. Su atmosfera transforma a sus habitantes; les añade cualidades que difícilmente obtendrían en otra metrópoli.
Como todas las grandes ciudades, la ciudad de los gatos, ha sido llevada a la gran pantalla, con mejor o peor suerte, en realizaciones con más o menos calidad. En el séptimo arte se han mostrado sus bondades y su lado oscuro. Gracias a su diversidad es un escenario ideal para ficcionar.
La filmografía de Almodóvar en varías de sus producciones nos muestra la imagen de esta urbe. En sus cintas se dibuja la vida nocturna y la socialización de sus habitantes. Un ejemplo es su última película: «Dolor y gloria» (2019). Una historia que narra los vaivenes de un exitoso director de cine llamado Salvador (encarnado por Antonio Banderas). Su desarrollo nos lleva por los senderos de sus recuerdos en donde tienen lugar los momentos más relevantes para comprender su presente. Nos muestra lo intrincado de mantenerse a flote cuando se llega a la cumbre, cuando es más apreciado el nombre que se levanta en los carteles que la persona dueña del mismo.
Todo arranca en un momento en el que nuestro personaje toma consciencia de las cuentas pendientes que tiene con su pasado. Su situación es peliaguda, puede traerse abajo la carrera que ha construido durante varios años a causa del estancamiento en el que se mantiene. Esta situación se ve reflejada en un bache creativo, no puede dar significado a sus ideas. No tiene más opción que restablecerse para continuar e inyectar energía a sus inquietudes.
El material de la obra es la vida del narrador (Salvador Mallo), por eso echa mano de sus recuerdos —a pesar de que uno de sus personajes deteste la autoficción—, sin embargo, sería iluso pensar en la cinta como un calco de su existencia, al convertirse en ficción deja de ser parte de él para mutar en el juego del que quiere hacernos participes, sin tabús, ni complejo alguno, otorgándonos los entresijos más interesantes al espectador en un gesto desinteresado.
Y la vida que nos muestra de Madrid es la de esos aires pasados en donde se transitaba a «caballo» entre sus variopintos barrios, porque como se dice en la película: Madrid era un campo minado, un callejón sin salida.

Mitchel Ríos

Lume

Agli