Creatividad

Oportunidad desaprovechada

Era imposible acceder a la página, lo estuvo intentando durante un par de horas e iba a rendirse. Si no realizaba la reserva en ese momento sería en vano.
El tráfico excesivo hizo que se saturara la web, no obstante, viendo que en determinadas circunstancias sucedían estos imprevistos, podrían haberlo previsto y hacer todo lo posible para que los usuarios no tuvieran problemas.
Tras seguir con los inútiles intentos, meditó sobre diversas cuestiones.
Había la leve posibilidad de conseguir lo mismo en reventa, esto de ningún modo lo haría —pensó—, si fuera algo de vida o muerte, sin dudarlo, pero este no era el caso.
Hace unas semanas atrás tuvo la posibilidad de conseguir aquel objeto (que inesperadamente se había vuelto escaso), pero tuvo la genial idea de esperar, esta decisión, a la postre, fue la causante de sus quebraderos de cabeza. No quería ni pensar en ese día, pues cuando venía la imagen del vendedor ofreciéndoselo (un tipo jovencito de unos veinte años, por lo visto empapado en el mundo de la tecnología), se ponía de mal humor.
—Ya están abiertas las reservas de…, si le interesa hacerlo le recomendaría que lo haga ya.
En esa ocasión fue por otro asunto, hizo una compra para recoger en tienda, él no se fiaba de las entregas a domicilio.
No hace mucho hizo un pedido, le dijeron que se lo dejarían en casa, estuvo esperando en la fecha indicada y no aparecía el paquete deseado. En la nota de referencia daban ciertas pautas, además de indicar el horario, entre las ocho de la mañana a diez de la noche. Con esa referencia estuvo pendiente, hasta que de repente, a eso de las siete le llegó un mensaje al móvil que decía textualmente: su pedido no ha sido entregado por no encontrarse en casa. Ante eso quedó desconcertado. Ese día no había salido a ningún sitio, pensó que se estaban burlando de él, le parecía una broma de mal gusto. Aguardó a que le mandaran un mensaje que rectificara el error. Su espera fue infructuosa, no recibió su compra.
Como a esa hora era difícil dar con alguien en el departamento de atención al cliente, esperó al día siguiente para llamar y quejarse. No tenía el número de la empresa de mensajería, a mano, por eso tuvo que buscarlo en el directorio telefónico, cuando lo encontró se topó con la sorpresa de que era un número de tarificación especial, por encima que llamo para hacer una reclamación, tengo que pagar por ello —se dijo—, pero no había otro modo de contactar con esos sinvergüenzas (así lo dijo, en voz alta, se denotaba su enfado, nadie lo escuchó, pero le servía para hacer catarsis).
La primera vez que lo intentó le habló un contestador, siguió las instrucciones, pero todos sus agentes estaban ocupados, cuando pasó un buen tiempo, se cortó la llamada, quedó con una cara de circunstancias, esto parecía que no tendría solución. La segunda vez, pudo hablar con un encargado, pero, no le dio una solución pertinente, más bien se dedicó a disculparse, lo cual exasperó aún más a nuestro amigo, para cerrar la charla, le dijo que su pedido estaba en reparto, nuevamente volvió a disculparse y añadió que si tenía algún problema más, le llamara, solo tenía que indicar que deseaba hablar con el último agente que lo atendió y listo, (claro, llamar y gastar más, la pegada la sentiría en la factura del teléfono), agradeció la oferta, no sin añadir, que esperaba no tener que llamar de nuevo, pues eso, como era obvio, implicaba que no había recibido el pedido.
El envío llegó, pero no en la fecha indicada. No pidió explicaciones al repartidor, porque lo más probable era que no supiera nada del tema, como rotaban a los trabajadores, tal vez, fue otro, y este no tenía que llevarse la carga de epítetos que le apetecía decirle a su compañero.
Desde ese día no volvió a solicitar entrega a domicilio, sino había posibilidad de recoger en tienda, descartaba la compra.
—Puede reservarlo si le apetece —volvió a insistir el dependiente.
—Ahora no, volveré en otra oportunidad, más bien, cóbrame el resto, pagaré con tarjeta…
Durante las semanas posteriores a esa compra, comenzó a notar que estaba siendo difícil conseguir el objeto. Entraba en distintas plataformas y, en todas, decía agotado.
De repente había un mercado paralelo que estaba especulando, eso llevaría a encarecer los costes del producto. De eso se dio cuenta durante una de sus tantas búsquedas, se podía encontrar el mismo objeto, pero pagando sumas exorbitantes, era como si se hubieran puesto de acuerdo entre los revendedores. El precio estaba inflado, cobraban doscientos o trescientos euros más e incluso algunos el doble del oficial.
Esto era un buen ejemplo de la oferta y la demanda, había más demanda, por ende, los precios subían. No había que ser un enterado de cómo se movían los mercados para saber que estaba siendo testigo de un proceso de especulación, por eso no caería en la trampa de esos peseteros, aunque siempre habría alguien que se haría con ellos, pagarían sin rechistar generando más especulación.
También sopesó la posibilidad de que todo ello era una estrategia de la empresa que fabricaba el producto, pues así generaría más expectativa, haría que todos quisieran tener uno. Esto podía darse, pero le parecía que de ser así era un sinsentido, pues eso generaría descreimiento en la marca, si se llegaba a descubrir esas malas prácticas.
Volvió a rememorar la escena de la tienda. Si en ese momento hubiera dicho sí, resérvalo, ahora no estaría rompiéndose la cabeza para conseguir ese objeto. Cuando le venía esa imagen se sentía fatal, tuvo la oportunidad y la desaprovechó.

Mitchel Ríos

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