Opinión

Los sinsabores de convivir

Las pasiones humanas han servido de material a los escritores para crear sus narraciones. Nuestra sensibilidad le da sentido al ecosistema en el que nos desenvolvemos, sin ella seríamos entes impasibles, inmutables a lo que sucede a nuestro alrededor.
En 1947 se publica la obra de teatro: Un tranvía llamado deseo (A Streetcar Named Desire), escrita por Tennessee Williams. Este drama denuncia, de manera gráfica, la violencia de género en el medio familiar. Sus personajes Stanley Kowalski, Stella y Blanche Dubois, nos muestran de forma descarnada los extremos a los que se puede llegar en entornos problemáticos. Se dice que fue inspirada en los problemas que padeció Rose Williams, hermana del dramaturgo. El revuelo que generó en el ambiente artístico elevó a la cima a su autor y, gracias al éxito que tuvo en sus diferentes presentaciones en Broadway, le otorgaron el premio Pulitzer de teatro en 1948.
En 1951 fue llevada al cine por la productora estadounidense Warner Bros. El encargado de dirigirla fue Elia Kazan. El papel de Stanley fue interpretado por Marlon Brando, el de Stella por Kim Hunter y el de Blanche por Vivien Leigh. Esta triada nos otorgó actuaciones memorables que pasaron a la posteridad por la técnica interpretativa que ponen en práctica delante de las cámaras.
La relación entre Stanley y Stella, es tóxica, viven en un subibaja constante, motivado por el estado de ánimo del personaje encarnado por Brando, hace y deshace en todo instante, sus dotes de macho alfa residen en la seguridad que le brinda el sometimiento y pasividad de su pareja. Esa certeza se ve apuntalada por la facilidad con la que consigue el perdón a sus faltas. Su actitud se ve expuesta en la necesidad de tener la última palabra en cualquier asunto. Su forma de ser no encaja de buen agrado respuestas que no vayan de acuerdo a sus expectativas, por eso, cuando recibe réplicas contrarias por parte de su esposa, explota y se generan los problemas conyugales. Para el observador ese ambiente es insostenible, pero, para los que viven dentro de ese medio todo fluye de la mejor forma, en tanto, se cumplan los roles a cabalidad.
En ese contexto aparece Blanche, una dama venida a menos, pero que mantiene intactas sus ideas de grandeza y el recuerdo de una época de lujos. Su carácter trae más problemas al ya conflictivo ambiente, no soporta la poca autoestima que demuestra su hermana, así como el poco aprecio que exhibe su marido. Esa coyuntura genera más tensión en el hogar. La pulsión sexual que se percibe desencadena situaciones desagradables para Dubois.
La película, con el paso del tiempo, se ha vuelto un referente artístico. Las lecciones interpretativas dejadas en ese documento visual, a día de hoy, se han convertido en intemporales. No obstante, ese entorno lleno de celos y pugnas seguirá siendo, a pesar del paso del tiempo, el tranvía llamado deseo, porque cuando uno se embarca en el vehículo de los sentimientos se aventura a vivir, a veces, los sinsabores de su recorrido.

Mitchel Ríos

Lume

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