Creatividad

Liando

Miró su reflejo nuevamente, no le gustaba. Toda una vida viviendo descontento —se decía—, quizá, como él, había miles de seres pasando por lo mismo, no sentirse a gusto; querer ser otro, sin embargo, no criticaba esas ideas, se justificaba pensando que era un mal de muchos.
—Una presentación en la que no ves los cuadros originales me parece un truño. No termina de convencerme. Si por lo menos estuvieran, valdría la pena ir.
—No es tanto lo que exponga, sino, la experiencia, ensimismarte.
Siempre se repetía lo mismo, algunos lo llamarían tara, él, le llamaba modo de vida, quería ser lo que no era y, por lo tanto, no estaría a gusto mientras tuviera fantasmas rondando por su cabeza que, en lugar de ayudarle a avanzar, frenaban sus inquietudes.
—Do you know?
—…about it…
Perderse, encontrarse, tantas cosas dando vueltas, pensaba en intentar ser otra persona, emular a alguno de los personajes de The New York Trilogy, recibir un mensaje, sin saber de quién… sobre la marcha recordó que la misma idea la encontró en un cuento, tal vez en la Insignia, en ese momento todo bullía, se centró en los valors, tenía que hacer una llamada, só pra falar.
—Perder el tiempo no está dentro de mis planes, prefiero ir a una presentación real y no a una tomadura de pelo.
—Ubicarme delante de una pared iluminada por un proyector que reproduce, la reproducción previa de la obra: ¿no crees que sustenta mi posición?
—Es importante la experiencia.
Entre el cuento y la novela, se decantaba por el primero, la idea saltaba a la vista, era un mensaje diáfano, sin complicaciones, directo.
—La experiencia, el momento. Lo mismo repites para ir a la filmoteca, a mí me da igual ver una peli en casa que en el cine, no me hace sentir ni más, ni menos.
—Qué poco sabes, en nada se compara, en ocasiones pienso que simplemente eres un snob. Siempre alardeando y, a la hora de la hora, tus gustos difieren de lo que predicas.
Esperaba que se diera la situación, sumergirse en ese mundo posible, encontrarse en un día ordinario y de improviso recibir un mensaje, contestar que era otra persona, seguir el hilo de una charla dando por válidas todas las afirmaciones, aunque no se enterara de nada, esperando (sin demostrar mucha impaciencia) que, su interlocutor, no se diera cuenta de la farsa. Iría improvisando.
—Es cuestión de mis circunstancias…
Sobre la marcha se dio cuenta de que no había caído en la importancia del parecido de la voz (al inicio no le interesó) era un escollo sí, pero no insalvable —se dijo—, si no tenía el mismo color, tal vez, quedaría desmontada la mentira, en ese caso cortaría y se haría el desentendido, miraría hacia otro lado o se disculparía por el error, la confusión o lo que surgiera en ese momento.
—No, no, esas son excusas, reconócelo, eres una farsa…
—Mejor farsante…
—No, tú solo te quedas en farsa…
—En qué buena estima me tienes.
—Te estimo en la justa medida.
—Entonces, te pediré algo…
—Dime.
—No me estimes tanto.
También existía la posibilidad de suplantar a alguien por el parecido físico como en «Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando», un referente nuevo.
—Ideas snobs… usualmente cuando entras en ese bucle me pongo a la expectativa, esperando a que sueltes alguna de esas frasecitas rebuscadas, impostadas, esas que no te hacen valorar una buena exposición.
—Una presentación en la que no están las obras originales no es buena, es lo único que digo…
Si se centraba un poco podía encontrar cientos de ejemplos, pero volvía sobre la idea primigenia, ser otro por alguna vez. Dejar de ser todo lo que no le gustaba y pasar por alguien distinto resultaba interesante, era como si se disfrazara y, por un tiempo, engañara a todo el mundo, si ya de por sí, la personalidad, como tal, era una máscara, ¿qué más daba ponerse otra encima?
—No todas las exposiciones tienen esas composiciones y no por eso están mal o, en su defecto, son de mala calidad, esa es una cosa que me parece muy simplista por tu parte, denostar algo porque no te gusta.
—Como yo, más, eso está claro.
Se construiría una a su medida ocultando con ella sus limitaciones, nadie podría decir que era un suplantador.
Imaginar que podía disfrutar de las bondades de no ser reconocido, ocultarse de todos, vivir en la soledad (a pesar de estar rodeado por el mundo), hacer cientos de travesuras y pasar como si nada, total, otra persona pagaría por él.
—Para jorobarte pillaré dos entradas y no hay opción a que te niegues, luego podrás decir todo lo que te venga en gana, solo así aceptaré tus críticas.
Sin embargo, era difícil que la ficción fuera posible en la realidad, se podía vivir pensando en varios asuntos, pero eran irrealizables, por distintas razones. Quizás lo más difícil era encontrar alguien como él, había oído que todos tenemos un doble, más no era algo sustentado por la ciencia, también le habían contado que el doble podía estar en las antípodas. Recordó otro cuento, maldita intertextualidad —pensó.
—Ya te dije por dónde van mis…
Mientras avanzaba en su pensamiento, comenzó a darse cuenta de que sus ocurrencias no le pertenecían, las había leído en algún libro, por eso mismo, se lamentaba al tomar referentes de todas partes, su pensamiento era un conjunto de ideas prestadas.
—Entramos en un camino sin salida.
—En vano es hablar.
Una frase cogida de un artículo, otra de un ensayo, cada una tenía un valor intrínseco, y así podía ir por más textos y elaborar un collage. Frases que sonaban bien y podía usarlas en algún instante, además, en la época en la que vivíamos nadie se daría la molestia de investigar, el facilismo era lo que mandaba y eso a él le beneficiaba.
—No es vano.
Tendría que buscarse ropa adecuada, dejar de lado sus trajes de diario, rasurarse, arreglarse y, si era posible, colocarse algún ornamento extra que le diera otra imagen.
—Pienso que no es lo mismo estar dormido que estar durmiendo, como no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo, lo segundo va por ti.
—Esa frase no es tuya, sé que es de alguien más.
—Una frase tan buena sería imposible que me perteneciera, pero no te diré el nombre del autor.
En ese momento dejó todo de lado, dejó de navegar por esas ilusiones, nadie le llamaría, no le escribirían, tampoco le contestarían al teléfono, cortarían como siempre, dejarían los mensajes sin más, sin prestarles atención. Seguiría siendo el mismo haciendo lo que fuera, no podía variar su naturaleza.

Mitchel Ríos

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