Opinión

La forma de una película

Ayer se entregaron los premios Oscar, el premio por excelencia de la industria cinematográfica. Este ha sido tachado de premiar lo comercial, superponiendo la voluntad de los grandes estudios, a favor de las producciones enfocadas a seguir manteniendo su establishment y en desmedro de realizaciones de calidad, contestatarias, revolucionarias e innovadoras. Este año, se vieron rodeados por la polémica debido a las acusaciones —de índole sexual— vertidas sobre algunos personajes de Hollywood, algunas comprobadas y castigadas. Con todo este precedente, se esperaban diversas reivindicaciones (como ya sucediera en los Premios Goya, entregados el tres de febrero pasado), en favor de las mujeres, por considerar al cine como una plataforma para visibilizar los abusos y discriminaciones; solamente haciéndose escuchar pueden conseguir esa igualdad de género tan esperada como necesaria. Durante las cuatro horas que duró la ceremonia hubo diversos momentos destacables, así como discursos variados, algunos más emotivos, otros menos, pero no por eso menos interesantes, como siempre la puesta en escena fue de lo mejor.
El premio más esperado este año era el de mejor película, no porque las candidatas fueran la excelencia hecha ficción, sino, porque como se recordará, el año pasado, hubo un fallo en el momento de entregar la estatuilla dorada, los encargados se equivocaron al decir el nombre de la ganadora, ante eso, un realizador del evento tuvo que efectuar la debida corrección, entregándosela a Moonlight. Este momento quedó para la posteridad.
Este año la ganadora del premio a mejor película fue La forma del agua (The shape of water), dirigida por Guillermo del Toro (ganador del Oscar a mejor director 2018), quien hace un trabajo cuidado, preocupado en los más mínimos detalles; la puesta en escena es excelente. Esta partía como favorita, tenía trece nominaciones, se estrenó en 2017 con polémica, la cinta fue acusada de plagio, algunos consideraban que la idea se había copiado de un corto holandés estrenado en 2015: The space between us, en este se abordan ideas similares, dura doce minutos. Poco después se demostró que no era un plagio, la idea de la cinta ganadora del Oscar surgió años antes del estreno de este corto, en el 2011.
El tema de la cinta no es novedoso, se enfoca en la relación de dos seres marginales, una chica de la limpieza de un centro aeroespacial en Baltimore y una criatura marina con rasgos humanos (una aberración de la naturaleza), muy bien podría ser una adaptación del cuento de La bella y la bestia —simplemente sería necesario trocar a los personajes—, pero en este cuento se añaden elementos anexos: la intolerancia, el racismo y la homofobia. Si nos quedamos únicamente con la historia de amor, la estaríamos convirtiendo en una producción menor. Los hechos se van desarrollando de manera trepidante, la sucesión de escenas no da tiempo a procesar la información que se ve en pantalla. La referencia a clásicos norteamericanos del séptimo arte es constante.
Algo a resaltar en este filme es la actuación de Michael Stuhlbarg (conocido por su interpretación de Edward G. Robinson en Trumbo). Su papel es lo que más me entusiasma de la cinta, encarna a un espía soviético, en plena guerra fría, en suelo estadounidense, este personaje deja atrás el maniqueísmo de lo bueno y lo malo, en pos del avance científico. Su actitud lo ubica en el medio de ambos entes ostentadores del poder. Este personaje nos muestra la imagen de ambos bandos, en esa guerra los contrincantes han sido cegados, por su afán de impedir cualquier avance de su opuesto, se niegan a cualquier innovación que pueda traer beneficio a los seres humanos.
Otro apartado importante es la banda sonora compuesta por Alexandre Desplat, sin duda, lo mejor de la película, por eso ha sido premiada con el Oscar en esta la categoría. Da un clima especial a cada escena, en este aspecto, la elección por parte del director fue de lo más acertada. Esta nos brinda momentos únicos, las melodías lentas armonizan todo el caos, creando situaciones emocionantes, llevándonos de la mano, con un ritmo exquisito, a sensaciones especiales.
De acuerdo a la cantidad de anuncios mostrados nos sentimos más o menos atraídos por una película, el despliegue mediático puede ser apabullante, llevándonos a considerarla buena o mala sin haberla visto. La cinta no plantea algo nuevo, sin embargo, funciona, nos abstrae, nos perdemos en ella, se nos hace corta, entretenida, tal vez, solamente la veamos en una ocasión, otra nos resultaría descafeinada. Su final puede ser predecible, pero en ese momento nos da igual; nos atrapa con su ficción, nos hace imaginar en un mundo en donde todo es posible, nos lleva a dónde quiere y a preguntarnos: ¿Cuál es la forma del agua?

Mitchel Ríos

Lume

Agli