Creatividad

Inquietudes

Mientras pensaba en sus asuntos no dejaba de observar su bolígrafo, le daba vueltas y tras girarlo por enésima vez, se detenía en las distintas posibilidades que aparecían en su camino, esas apariciones eran silenciosas, no siempre se hacían explícitas, tenía que estar atento para poder pillarlas, de otro modo, pasarían sin más.
Se mantuvo callado por un buen momento, escuchaba, esperaba tener la oportunidad de intervenir, se escudaba en su paciencia. De vez en cuando levantaba la vista, la analizaba, no escuchaba sonidos.
Sería la cuarta o quinta vez —a estas alturas había perdido la cuenta—, quería terminar la partida antes de comenzar con los asuntos serios; había intentado cientos de soluciones, ninguna dio resultados. Gracias a esta nueva posibilidad pude comprobar que se me daban bien estos dilemas, en alguna parte leí que cuanto más activo estuviera me vendría mejor, de ese modo, no tendría problemas en el futuro, no estaba seguro de que esto fuera cierto, pero, por lo pronto, me sentía más dinámico y con más ganas de hacer las labores; sin embargo, no venía mal una motivación extra.
Se centraba en sus gestos, la forma en la que movía las manos, los labios y en como respiraba.
Sí, siempre te has enfadado porque dices que espero algo a cambio, en cierto modo, es verdad. Sé que la idea del premio como algo abstracto, es solo eso, si no es posible tenerlo, no pasa nada, por otro lado, tenerlo significaba un aliciente para futuras empresas.
A veces se le notaba inquieta, movía las piernas. Pronto se dio cuenta que era un tic, una manía, así como la forma en la que, en ciertos momentos, se frotaba las manos o se tocaba la oreja.
Estaba sentado al escritorio, enfrente tenía un gran espejo y una pizarra garabateada (citas de trabajo, recordatorios de fechas importantes, así como alguna frase escrita en uno de sus momentos de entusiasmo), en él podía ver el reflejo de la ventana que se encontraba a sus espaldas.
También podía coger un mechón de sus cabellos y jugaba con él.
Tenía la persiana levantada, en lugar de ver pasar gente, solo veía sombras, si deseaba dilucidar de quienes se trataban, debía prestar atención. En uno de tantos momentos se fijó en algo que trataba de abrir uno de los trasteros del bloque. Era usual que hubiera confusiones, las construcciones eran similares: el color, la fachada, la puerta y la disposición, por eso no le causaba alarma ver que se intentara abrir por error las puertas.
Cuando se detenía y le preguntaba si estaba de acuerdo, asentía, aunque no supiera con certeza a que se refería, pero era lo de menos, no serían interrogantes existenciales, ni tampoco preguntas que le causaran desagrado.
Volvió a sus quehaceres, pero el ruido de los vanos intentos no dejaba que se concentrara. Miró de reojo al espejo y era la misma sombra, por un momento quiso salir y comunicarle que ese era su desván (estaban situados en lugares aledaños a los pisos para hacer más cómodo el traslado de objetos).
Trataba de agradar, cada vez que lo miraba sonreía, él también le devolvía el gesto, pero era un acto reflejo, no era algo voluntario, no le nacía ser así.
Antes de salir, esperó un tiempo prudente, por lo menos a que se aburriera de su acción infructuosa, más el extraño siguió forzando la puerta, a pesar de sus ímpetus no pudo abrirla.
Seguía en su posición de analista, no escuchaba nada, solo asentía, solo se centraba en algunas frases, en el comportamiento después del encuentro.
La ventana de su habitación era oscura, gracias a ello podía mirar hacia el exterior y nadie se daba cuenta, por la forma de actuar de ese sujeto debía pensar que no era observado.
¿Le llamaría o lo tendría a la expectativa?, haciéndole perder el tiempo, eso no lo sabía si no lo intentaba.
Dejó a medio hacer sus cosas, se puso en pie y abrió la puerta, tenía en mente decirle a ese tipo que estaba equivocado, tal vez, su trastero estaba en otro piso, no en ese, pero, no bien salió e intentó hablarle, este evadió la situación y partió raudo sin mediar palabra alguna. Extrañado, trató de atraparlo, pero él fue más rápido, el ruido del portón le indicó que estaba en la calle, fuera de su alcance.
Mientras tanto, seguía viendo cómo se movía, hasta que en un momento se calló, el mozo los interrumpió y les facilitó la carta, comenzaron a leerla.
La incertidumbre le duró unos cuantos minutos, por su cabeza pasaron cientos de cosas, tal vez ese tipo era un ladrón, uno de tantos que pululaban por la zona. Lo extraño era que se atrevieran a entrar a la vivienda, casi siempre esperaban a sus víctimas en la calle.
Trató de volver a lo que estaba haciendo, pero fue en vano, la sensación de inseguridad lo agobiaba, pensaba en lo negligente de su actuar, si el tipo tenía un arma, podía haberlo atacado, podían haber pasado cosas muy desagradables, pero en aquel momento no se detuvo a pensarlo.
Él le recomendaba algún plato que había probado en otra oportunidad.
Quería hacer una buena acción, dar una información, guiar a ese tipo, decirle que se estaba equivocando, comportarse como un buen vecino, nada más.
El ambiente del lugar era sencillo, tenía toques oscuros.
La inseguridad crecía, tendría que hablar con el presidente del bloque para informarle de la situación y, si era posible, en la reunión de vecinos, intervenir para comunicar que los malandrines estaban cambiando de comportamiento, tendrían que tener más cuidado y ser menos confiados.
Ella cerró su carta y le dijo que eligiera él, en ese momento se dio cuenta que esa simple actitud indicaba desagrado, pero podía ser una percepción suya, una confusión de ideas, pidió y no dijo nada más.
Dejó de lado lo que estaba haciendo, el agobio crecía, estaba inquieto, el miedo hizo su aparición.

Mitchel Ríos

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