Creatividad

Felonía

Todo era silencio. Las calles cambiaron de aspecto, en donde había reuniones ahora solo quedaban sitios vacíos, los negocios colocaban carteles en sus puertas, el miedo se propagó por todas partes, ¿cómo luchar contra un enemigo invisible que podía estar en cualquier lado? Era una situación límite. Con esa sensación no se podía convivir, una vez que se adueñaba de nosotros, no era posible extirparlo, se introducía en la médula, nos paralizaba.
Caminaba por la calle, como era habitual, me dirigía al metro, con dirección a cualquier parte. Quería evadirme de todo, salir, respirar, dejar el hastío que me causaban las noticias (últimamente enfocadas en dar voces de alarma, pero no en busca de salvar a la población sino en aras de cuidar de su patrimonio. Tomaban decisiones partidistas, ocultaban datos que iban en contra de sus intereses. Estos se encontraban dirigidos por leguleyos fungiendo de líderes de opinión).
El rostro de los viandantes no era el mismo, el tufillo de extrañeza se notaba, desde el saludo del tipo que siempre estaba en las puertas de la estación, hasta la cantidad de gente que hacía sus labores.
Negocios que días atrás estaban a rebosar, ahora no tenían aforo, si uno quería ir a sitios a los que era imposible ingresar, esta era la oportunidad. Todos pasaban, nadie quería exponerse, nadie quería ser presa del enemigo invisible. Los más desesperados eran azuzados por personajillos que sacaban rédito del caos. En sus diatribas se notaba esa furia, era como si las ansias de poder los dominaran y, al verlo en manos de otros, entraban en colera, sentían que era suyo por derecho.
Cuando se quedaban sin insultos se parapetaban detrás de los símbolos.
Con ganas de ser ellos quienes escribieran el relato, no querían perder la oportunidad de reescribir la historia, adueñarse de los imaginarios, tomar al tonto de turno, aterrarlo y hacerle creer que todo era por su bien, ocultarle las opciones de libertad.
Los andenes estaban vacíos, había tan pocos pasajeros que el conductor de los vagones esperaba más tiempo que de costumbre, a diferencia de otros días, en donde a lo mucho se detenía unos segundos y partía.
Al subir al tren, los que se hallaban dentro tenían reticencia en interactuar con los demás, el discurso estaba causando efecto. Al final ganaba la sensación de inseguridad, ganaba todo eso de lo que me estuve apartando, no obstante, entendía el instinto de supervivencia, tal vez era su tema central —pensé—. Esto iba más allá.
Un amigo decía que era una conspiración: todo iba encausado a hacerse con el poder a nivel mundial, mantener el establishment y aunar a su causa a más feligreses porque tendrían la cura a todos los males. Tenía pruebas o, por lo menos, había leído y visto videos que sustentaban su posición, pero que, a causa del control del gobierno, todo eso había sido borrado, no podían salir a la luz esos documentos, se bloqueaban, borraban. Se denominaban fake news. Este proceder era parte de un proyecto peligroso para todos, pero a favor de unos cuantos.
Querían reescribirlo todo, dejar de lado la memoria, ahí estaba la oportunidad que estuvieron esperando a lo largo de mucho tiempo (olieron la sangre). Cuando una sociedad entraba en crisis era proclive a decantarse por aquellos que ofrecieran certezas (aunque fueran mentiras). Así atraían a más seguidores, lamentablemente su discurso conseguía llamar la atención, había quienes los creían y hasta se jactaban de hacerlo, ¿cómo no seguir a los defensores de nuestros símbolos? —gritaban para que todos los escucharan—.
Como sabían que no todos tomarían por buenas sus propuestas, se centraban en aquellos en los que podía germinar su odio, elegían a un par de sociópatas que podían hacer propaganda al mejor postor (mercenarios), haciendo del susto su argumento, se escudaban y dejaban que la inercia hiciera su trabajo.
Yo no creía en esas historias, había oído tanto sobre esos asuntos que me había vuelto un descreído. En alguna época me gustaba leer textos que giraban en torno a esos temas, pero siempre los tomaba como ciencia ficción, eran demasiado fantasiosos. En sus páginas, los límites de la invención eran traspasados, querían ser verdades cuando su soporte no lo permitía, pues solo servían para el disfrute.
Aparentaban ser perros de presa, se movían en jaurías, yendo a morder al que no pasaba por el aro, en especial en el medio virtual, en donde expandían sus ideas (una enfermedad que lo abarcaba todo). Volvían tóxico todo lo que tocaban. Era un sinvivir moverse por esos lares, toparse con felonías, pero lo peor de todo (si se podía decir así) estaba en los que les secundaban.
Comenzaron a caerse falsos mitos, quedaban más expuestos esos que siempre eran dueños de la verdad, a pesar de que se iban de bruces con la realidad.
No, esto no era una simple conspiración, era algo más grande, no se podía caer en el alarmismo —decían—, pero por más que uno no quisiera hacerlo, el medio empujaba a replantearse las cosas en las se creían, era una sensación extraña, un escenario no visto antes o, por lo menos, no lo había vivido de este modo, ver un evento así de global, perturbaba. Las conversaciones eran monotemáticas, los pensamientos también.
Y volvían a lo mismo, apelaban a discursos fáciles.
El entorno estaba aislando a sus pobladores, era la solución y tocaría prepararse para esta nueva situación.
Somos animales de costumbres, quizás esto sería lo mejor, no salir a ninguna parte, resguardarse tras cuatro paredes, ante la reticencia inicial. El medio era diferente, tenía que reconocerlo, no podía ser ciego ante el cambio, todo cambia, yo también tenía que hacerlo.

Mitchel Ríos

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