Creatividad

Esbozos

El mundo estaba cada vez más loco, no era posible adecuar la realidad a sus necesidades, ni poniendo de su parte. Todo era una entelequia, un ente que estaba en los aires de sus suposiciones —dejó de lado lo que hacía—. Insistir era en vano, pero sobre la marcha, esperaba que encajaran sus ideas inconexas. Durante la edición, cuando desgranaba la paja de lo esencial, generalmente se sorprendía, pues el producto era distinto de lo que imaginaba, sin embargo, no era gracias a su disciplina, porque no seguía un método, tampoco unas determinadas pautas (el desorden era evidente), eso explicaba sus constantes atascos. Manejar más conceptos y hacerse con conocimientos que no poseía era la empresa a iniciar.
Su admirado, en un programa de radio, sostenía que elaboraba una pequeña estructura al planificar una obra, en ella plasmaba las distinciones de los personajes: enumeraba sus características, aspecto, forma de hablar, su modo de vestir y su función dentro de la narración. Luego buscaba un título (para él sumamente importante), al tener estos elementos, lo demás era relleno —lo dedujo tras escucharlo.
En la comodidad de su despacho escribía sin parar, no se detenía por nada, le dedicaba muchas horas, sabía que, cuantos más borradores tuviera, existía la posibilidad de transcribir de forma correcta su imagen de las aventuras, cada vez que olvidaba algo cerraba los ojos, en ese reflejo de claroscuros podía recordar lo que quería decir y dar rienda suelta a su actividad.
Cuando tenía esas funciones definidas desarrollaba la trama, pero, esto lo decía como anécdota, era como si la historia cobrara vida, en ese momento era él quien escribía, más las palabras tomaban un rumbo diferente, resaltando, en este punto, la superposición de algunos arquetipos sobre otros y su respectivo cambio. No se podía explicar lo sucedido, tenía un esquema.
De repente, era cierto que el subconsciente se hacía con el control de las circunstancias, en todo caso, esos errores no eran tales sino la expresión de nuestro verdadero deseo. Sus pulsiones salían a la luz y quedaba en evidencia una voz que no era la suya, ¿cómo era posible?, no lo tenía claro, ante esto, como era ficción de lo que trataba, dejaba en ese limbo cualquier razón. Son cosas de la literatura —se decía—, no daba más rodeos y continuaba.
Para él esa estructura era básica, podían tacharle de que su estilo para escribir no era natural, era más, como le solían decir de forma peyorativa, de laboratorio, por darle una definición, con ella catalogaban su trabajo. No concebía otra forma de hacerlo, tener esa bitácora era fundamental, sin ella, daba palos de ciego, consideraba que no estaba para pasar por esos trances, además era un procedimiento que aplicaba desde hacía mucho tiempo.
Cuando revisaba el resultado, se daba cuenta de que no se parecía lo proyectado a lo plasmado en las páginas, los personajes secundarios habían terminado haciéndose con las riendas. En esa tesitura —le decía al entrevistador— no me quedaba más que perfilar el borrador, releer todo y contrastar cada uno de los capítulos, limar las expresiones mal sonantes, si encontraba errores argumentales, los enmendaba para dar por finiquitado el cometido.
Ese día, en la radio, estaban reunidos un grupo de seguidores, les dieron la posibilidad de hacer preguntas, pero en ese momento dejó de escuchar, fue al bar más cercano a tomar una cerveza, con más dudas que certidumbres.
Si seguía a rajatabla las indicaciones podía terminar copiando el referente, él no quería eso, quería adentrarse en aquel espacio sin tener que depender de los hombros de un gigante, ser él mismo, aunque fuera criticado, prefería evitar hacer trampas, no quería que lo consideraran un pequeño…
Siguió pensando en lo del inicio. Era difícil de prever, no tenía el tiempo suficiente, al final dejaría todo para el último momento, pero hacer eso era jugársela demasiado, era abandonarse a la suerte, más aún cuando no creía en ella, era partidario de otras fuerzas —por decir algo—, pero de ninguna forma… se detuvo y pensó en lo que haría su admirado, él no estaría con sus disquisiciones, tendría la claridad necesaria para continuar, por algo estaba a miles de peldaños de su estilo. No era humilde al reconocerlo, pero era una obviedad.
En cuestiones literarias concordaba con sus afirmaciones, esto difería si se adentraba en aspectos ideológicos, en ellos se encontraban en las antípodas, le sorprendía como al escribir podía dejar de lado las ideas de las que hablaba siempre que era entrevistado y dar paso a un estilo diferente, en donde se notaba una visión distinta del mundo. Era bueno escondiendo su voz, quizás esa era su forma de burlarse de todos, plasmando cuestiones diferentes de las que profesaba, construía personajes marginales que no entrarían a tallar en su día a día (un invento en toda regla), engarzados en sus ficciones, que no daban pie a críticas, sino, más bien, a loas.
Él tenía una teoría: su verdadera voz estaba en sus libros y no en sus charlas o declaraciones, su vida pública era una farsa, forjada en base a los compromisos adquiridos. Solo así podía explicarse ese cambio ideológico, difícil de entender.
Al final se decidió por dejarse llevar, daría rienda suelta a sus ideas —no le apetecía pensar—, en ese momento solo haría un esbozo.

Mitchel Ríos

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