Opinión

Entre escritos complejos

¿Por qué se escribe?, esta es una pregunta sencilla y complicada a la vez. Se pueden escribir tomos enteros alrededor de esta idea, así como formular cientos de postulados. No existe una simple respuesta, no obstante, podemos reflexionar, analizar, interiorizar y comprender que las motivaciones para expresarnos en la palabra impresa se sustentan en el sujeto —principio y final de la escritura—. En esto residen los juicios dispares, para algunos el acto de escribir es una cuestión personal, individual, único; para otros, escribir es adquirir un compromiso, el compromiso es transmitir lo que se ve, la realidad como tal; un documento a legar a las generaciones futuras.
En este sentido, aparece la figura del escritor, alguien que consigue hacer arte a partir de las palabras, envidiado por esa capacidad, sin embargo, como dijo Bukowski: esta actividad es complicada, todo el mundo lo hace, por lo tanto, todo aquel que sepa escribir es un escritor en potencia, tal vez por ello, sea uno de los campos más complicados para poder destacar.
Hace algún tiempo vi la película Barton Fink (1991), dirigida por Joel Coen. Un filme que nos cuenta la historia de un escritor (interpretado por John Turturro), con cierto éxito en el mundo del teatro —en Broadway para ser específicos—, gracias a la fama adquirida es contratado para trabajar en Hollywood. Lo que al inicio parece la realización de sus sueños —asegurarse el porvenir con la dramaturgia—, con el paso del tiempo se da cuenta que se ha metido en la boca del lobo. Las leyes por las que se rige este espacio son distintas a las que él pensaba. Comienza a realizar su actividad dentro de un sistema fatuo, que coloca por encima de la calidad lo mediático, las altas ventas en desmedro de los productos sustanciales, en donde la actividad del escritor ya no es una que sigue ideales laudables, sino, simple y llanamente, un sendero comercial, aspira a convertirse en una mercancía más, para adentrarse dentro del andamiaje capitalista. En este entorno la creatividad y el talento pasan a un segundo plano, en pos de conseguir repercusión en los medios de comunicación, siguen la senda de calificar su creación, no por lo trascendental, pero sí por la cantidad de transacciones pecuniarias. En esta tesitura, al artista se le considera mejor o peor conforme a la ubicación de su obra en clasificaciones sustentadas en el número de ejemplares que se venden de sus creaciones, siendo esto una mentira más del mercado: elevar el beneficio por encima de lo esencial.
Después de ver esta cinta pensaba en el proceso creativo, y lo difícil del mismo, porque se nos muestra al dramaturgo con problemas al sentarse a escribir, no pasa de las primeras líneas, lo que era sencillo antes, ahora es una empresa compleja, quizás escribir por encargo no es lo suyo, con un tema impuesto es más enrevesado crear, el cliente dirige todo el curso de la labor, por lo tanto, se deben seguir sus directrices, sino, se corre el riesgo de ser despedido. La trama nos muestra cómo logra dejar de lado ese bloqueo y consigue presentar el guion encargado; en este punto empieza la peor parte, ese escrito nunca verá la luz, aunque sea una excelente pieza, descubre que ahora no es dueño de su producción, el dueño es el estudio, la compañía puede decidir el destino de su trabajo, el autor no tiene opción a objetar nada, es un trabajador más.
Una de las actividades más menospreciadas es la de escribir. Muchos consideran que para elaborar un texto basta con estar inspirado y nada más, como si de una actividad mecánica, no planificada, se tratara. Redactar es complicado, es una lucha constante para no fracasar en el intento. Esta sensación se va diluyendo conforme va tomando forma nuestra idea, pero para llegar a ella se tienen que pasar por cientos de procesos. Habrá algunos a los que escribir no les requiera trabajo —son unos tocados por Dios—, pero al resto nos cuesta componer, corregir, dar sentido a las palabras, borrar todo y reescribir, en aras de conseguir el resultado deseado.
Cuando se llega a buen puerto escribiendo, la alegría es inmensa a causa del trabajo invertido, este aspecto no es valorado, por eso escribir se considera una actividad anexa a otras. Se ningunea al creador.
Siempre que se tenga algo para contar, decir, escribiremos y dejaremos salir a nuestro demonio interno, para dar forma al mundo en el que vivimos. Escribir es no estar contento con la realidad, por eso se forjan las grandes mentiras, para hacer más agradable nuestro universo.

Mitchel Ríos

Lume

Agli