Opinión

Engañados hasta el final

A estas alturas hablar de películas que no tengan como referencia a otras es una utopía. Si observamos con detenimiento diversas producciones podremos notar que toman elementos de sus predecesoras, la mayoría de las veces son simples detalles, o sutiles artificios, que únicamente percibe el ojo ejercitado en esas lides, el del análisis. Si toma esos referentes y los engarza adecuadamente, el director consigue una realización entretenida porque logra aglutinar, encadenar y ordenar esas intertextualidades de una forma apropiada. Esto sucede con El orfanato (2007, Juan Antonio Bayona). Toma lo mejor del género de cine de terror, se inspira en varias películas: Los otros (2001), Poltergeist: Fenómenos extraños (1982), La residencia (1969), por citar algunas; y los dispone para sus fines. Su trama es sencilla. De forma misteriosa una pareja sufre la pérdida de su hijo adoptivo. Una de las partes no se resigna, la esposa, por eso busca descifrar por todos los medios el extraño hecho, ansía encontrar a su vástago y sosegar la inquietud en la que vive.
Durante el visionado de la cinta se pueden percibir hechos aparentemente surrealistas que no se ajustan con la sucesión de las escenas contempladas, si nos quedamos con ese primer contacto, pensaremos que los sinsentidos son su característica principal. Sin embargo, al ver la obra como un todo, tras llegar al final, esas partes que no parecían tener significación, cobran el suficiente alcance como para explicarnos el porqué de cada uno de los eventos acaecidos.
Como si la muerte no fuera el final, sino, más bien, la llave que abre la puerta a otra existencia, la madre se sumerge en ella. Debido a esa decisión, el dolor que sentía en un principio da paso a la tranquilidad y la despoja de todos los males que el mundo real le ocasionaba. Solo así se explica la tranquilidad con la que deja su ambiente y va en busca de su hijo, por un momento se convierte en el nexo entre el universo de los vivos y los muertos, mientras va dejando de lado la realidad, mira con entusiasmo ese nuevo espacio en el que se va adentrar y, en su último suspiro, se consuela al alcanzar la paz.
El final no es feliz, aunque nos gustaría, a pesar de observar rostros de felicidad, estamos asistiendo al suicidio de un alma perturbada, mas lo olvidamos debido a lo que se nos muestra en la pantalla, en ningún momento nos preguntamos: ¿por qué está pasando eso?, ¿por qué da un giro tan drástico el argumento? En este punto, la acción fluye de forma natural y esa conclusión se toma como un devenir adecuado para todo lo contemplado hasta el momento.
Una obra que nos mantiene en suspenso, es difícil no inquietarse con sus escenas más tenebrosas —seríamos de piedra si eso no sucediera—. Esa turbación está ocasionada por el ambiente en el que nos adentra su trama y nos engaña con su conclusión, como si se tratara de un final diáfano, cuando su desenlace es más oscuro de lo que imaginamos.

Mitchel Ríos

Lume

Agli