Creatividad

El sonido del recuerdo

Un avión está a punto de aterrizar en un aeropuerto de Alemania; de improviso comienza a sonar la canción Norwegian Wood de los Beatles —escrita por el tándem Lennon-McCartney en 1965—. Escuchar está canción es el detonante para que Toru Watanabe rememore y traslade al presente imágenes pretéritas de un tiempo lejano, inexistente, piensa en Naoko.
Una tonada puede producir en nuestro interior diferentes procesos, hace que nos abstraigamos de todo y recordemos esa primera vez que la escuchamos, un sonido puede convertirse en vehículo hacia el pasado. En esos momentos podemos reírnos solos o ponernos tristes, todo depende de las circunstancias a las que nos remonte. Ir en bus, mirar por la ventana, actividades sencillas, pero con una significancia que solamente para nosotros tiene sentido —nadie podrá entenderlo—. A veces son tan vívidos los recuerdos que parece como si estuviéramos ahí, en ese momento pensamos en los lugares que dejamos atrás, así como en las personas de las que nos hemos ido distanciando, también le damos vueltas a las decisiones que tomamos en momentos puntuales —seguir un camino y dejar de lado otro—. Ver el pasado es positivo, nos da pautas de lo que hicimos mal, sin embargo, vivir siempre pensando en él nos puede perjudicar, perdemos de vista el presente que será pasado de nuestro futuro.
Los recuerdos se pueden transcribir en papel y hacerse legibles, dejan de ser simples divagaciones; guardándolos en un soporte en el que no serán alterados, pasan a formar parte de otro plano, una realidad posible y nos permiten ficcionar. El tiempo corre a una velocidad diferente cuando nos ensimismamos, en minutos podemos revivir años.
La novela Tokio Blues (Norwegian Wood, Haruki Muraki, 1987) propone una manera novedosa de narrar, su lectura se hace ágil, los temas que utiliza no son extraños, la muerte, el despertar sexual y la nostalgia, son similares al de otras novelas —el proceso de pasar de la juventud a ser adulto—, pero tiene la peculiaridad de darles un aire fresco, elementos que construyen de forma armoniosa los arquetipos presentados en su interior. Murakami narra como si de un diario de memorias se tratara, mostrándonos un Japón peculiar, en donde Watanabe se interrelaciona con un grupo de personajes excéntricos, extrovertidos, humanos. Cita a diferentes autores: Scott Fitzgerald, Thomas Mann, Hermann Hesse, entre otros, por la manera en la que nos presenta al personaje Toru nos queda la idea de que es un gran lector, a eso hay que añadirle una lista de canciones que interpreta Reiko Ishida, profesora de música y amiga de Naoko, que logra darle esa atmosfera de calidez al ambiente en el que se suceden todos los hechos de la novela.
El sentido que le damos a un libro depende del tiempo de la lectura —el momento en que nos acercamos es fundamental—, nosotros y nuestras circunstancias son lo esencial a la hora de valorar una obra, en ese aspecto, cuando un libro nos parece malo —no cumple con nuestras expectativas— tiene que ver con nuestra disposición. Lo mismo nos sucede con las personas, podemos conocer gente interesante, pero si coincide con un momento en el que no estamos predispuestos a entablar amistad, simplemente dejamos ir a alguien que tal vez le pudo haber dado a nuestra realidad un aire de frescura.
Los recuerdos le dan sentido a nuestro presente, cualquier cosa por muy tonta que parezca tiene una razón de ser; el presente es una consecuencia de nuestra experiencia, es la suma de todas las causalidades acumuladas durante nuestra existencia.

Mitchel Ríos

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