Opinión

El arte sin artista

He visto varias películas de la filmografía de Woody Allen (creo que casi todas), es uno de los directores que, desde mi punto de vista, mejor describe en sus realizaciones la problemática de la condición humana.
Una de las que no pude ver hasta ahora (por diversas razones), fue Balas sobre Broadway. Estrenada en 1994 su trama gira en torno a un joven dramaturgo que solo ha saboreado el fracaso desde que se dedicó a escribir de manera profesional. Su suerte parece inalterable, hasta que un día deciden financiarle una de sus obras, a cambio tendrá que hacer varias concesiones, a pesar de su reticencia comprende que deberá hacerlo, si no, no logrará el éxito que ansía.
El protagonista considera que esta realización es lo mejor que ha escrito, por no decir que es su obra maestra, sin embargo, deja de serlo cuando, conforme se van desarrollando los ensayos de la puesta en escena, comienza a notar una serie de agujeros argumentales que la hacen parecer una creación menor, viniéndose abajo su calidad de artista. En tal tesitura, gracias a la colaboración de un personaje que, en el papel, no tiene la preparación necesaria para escribir obras de teatro, va mejorando el guion. A partir de este momento, comienzan a darse una serie de situaciones que van a tener un colofón inesperado.
Durante el desarrollo de la obra somos testigos del proceso creativo de David Shayne, encarnado por John Cusack, y de los problemas que tiene para encontrar una voz propia a la hora de escribir, porque hasta ahora su estilo no deja de ser similar a la de todos los aspirantes a tener éxito en Broadway, lo cual no genera entusiasmo entre los productores y menos en el público. Esta es la problemática del personaje, tiene diversas ideas de lo que es el arte, considera que no debe venderse, se siente superior al ser fiel a sus principios. Este trance es peliagudo y como intelectual se siente despreciado por el mundo, porque no sabe apreciar su grandeza.
El mensaje de la obra es claro, no todos son artistas, no todos pueden tener la sensibilidad para ostentar este apelativo, pero en potencia todos podemos serlo, simplemente es necesario tener las condiciones adecuadas para explotar esa cualidad. Por consiguiente, no sirve de nada dominar la técnica para escribir si no se tiene nada que narrar, demostrando que aquellos autodefinidos como artistas, tal vez, no lo sean, porque se dedican a copiar y a ufanarse de sus conocimientos, dejando de lado la naturalidad a la hora de producir y otorgándole un aire pretencioso.
Cada una de las cintas del director neoyorquino ofrece un viaje inolvidable, algunas son mejores que otras, pero, en esencia, siempre dejan ideas flotando en el ambiente que enriquecen a quien las visiona. Asimismo, su perspectiva, en algunas ocasiones pesimista, en otras optimista y pocas veces alegre, hace de sus filmes un manantial de personajes diversos, con personalidad definida y manías características, que nos brindan un universo rico en matices y en metáforas.

Lume

Agli