Creatividad

Día de trabajo

Se tocó el bolsillo y tenía un par de monedas —no sabía la cantidad—, pues, no bien se las dieron, las guardó, sin más aspavientos. Mientras recorría la avenida, miraba a todas partes, ese suelto era la recompensa de pasar todo el día limpiando lunas.
Cada vez se hacía más difícil la situación, las zonas estaban pilladas por grupos y era complicado ir por libre, o ingresabas a uno de ellos, que hacían las veces de sindicatos, o te exponías a no juntar ni para el café. No era necesario ser demasiado listo como para darse cuenta que era importante pasar por el aro, de ese modo se aseguraba el no ser molestado.
Cuando se inició en esa actividad, todo era más sencillo, había días buenos y malos como en toda labor, pero por lo menos la podía efectuar sin los malentendidos que fueron surgiendo con el paso del tiempo. El medio cambió.
Le gustaba currar en lugares tranquilos, en los que no tuviera que estar preocupándose por lo que pasaba alrededor. La inseguridad, la delincuencia, se habían vuelto cosa de todos los días.
En la ciudad, por la zona centro, se podía ir tranquilo, sin preocupaciones, disfrutando de las vistas y la experiencia de recorrer las calles, esto gracias a la cantidad de policías y guardias que se movilizaban por la zona, sin embargo, cuando se iba a las afueras —cerca de las zonas marginales—, era distinta la historia. El ambiente semejaba al de una república bananera, era como si las leyes que regían en esa atmósfera fueran distintas a las de los demás espacios y se volviera a la época de las cavernas, en donde el más fuerte imponía su ley.
Si lo veían con el balde en la mano y con el cepillo de limpiar, lo común era que terminaran llamándole la atención. Cuando se topaba con agentes chungos le ponían una multa y lo conducían a la comisaria, todo por ganar pasta —se decía—. Eso pasaba a menudo, a veces le salía mejor escapar y dejar tirados los trastos, total su precio no era demasiado alto —pensaba—, era un pequeño golpe para su bolsillo, tendría que trabajar un par de horas más para paliar el inconveniente.
Por su actividad era parte de una estadística; lo contabilizaban dentro de un grupo marginal. Él no se enteraba demasiado, al ser un ciudadano de a pie poco le importaban esas cifras frías y sin sentimientos. Su historia se repetía miles de veces, pero ante ella las personas e instituciones cerraban los ojos.
Después de un día duro regresaba a casa, cuando no le daba tiempo para cambiarse de ropa subía con lo que llevaba puesto, iba a lo suyo, aunque a veces, por la facha se le quedaban mirando. Era como todo el mundo solo que estaba ataviado con prendas sucias, lo hacían sentir como un apestado.
Algunas veces observó como desalojaban a una persona de la estación por el único delito de querer escapar de la lluvia, ese lugar no era un albergue —gritaban los encargados de la seguridad—, era un sitio público en donde tenían más derecho los que pagaban un billete de tren. Lo mismo pasaba en las aceras, veían a alguien que desentonaba con el entorno y terminaba siendo echado ante la incredulidad de mucha gente que pasaba por ahí y no sabían de qué iba la intervención, no obstante, nadie se metía, todos se miraban como si la cosa no fuera con ellos, lo que no se ponían a pensar era que, en determinadas circunstancias, ellos podrían estar en la misma situación.
Con el paso del tiempo (sumado a la competencia) se había vuelto más duro trabajar en la calle; los imprevistos abundaban, si hoy podía pararse en una esquina, mañana no, era frustrante, con lo bien que le vendría un lugar estable, un pedacito de la acera en donde pudiera estar un día sí y otro también, no pedía nada más, solo una oportunidad para mostrar que valía, para mostrarle al mundo que tenía cualidades irrepetibles y que, con un poco de fe, que le pusieran, sería posible crecer en todos los aspectos. Era difícil esa situación, no podía pasar a limpio lo que pensaba, todo se quedaba a medio pensar, a medio meditar.
Mas, con todo, no se desanimaba, pasaba un coche, otro y así terminaba el día, a veces había más suerte, otras menos; lo esencial era no irse con los bolsillos vacíos, con tener calderilla le bastaba, era una seguridad que le brindaba el poder sentirse aliviado ese día, mañana… no sabía, era mejor vivir el día a día, sin pensar en un futuro que seguiría siendo imprevisible, quizá por temor, quizá porque era mejor mentirse: el porvenir estaba en cualquier parte, solo era necesario encontrarlo.

Mitchel Ríos

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