Reseña

Día de lluvia en Madrid

La música motiva sentimientos difíciles de explicar, en especial cuando es interpretada por expertos. Hace poco asistí a un concierto de Latin Jazz, en donde versionaron, durante dos días, canciones de dos cantautores españoles de fama internacional: José Luis Perales y Joaquín Sabina. Este evento tuvo lugar en la sede de La Fundación Telefónica. La calidad de los espectáculos que presenta es de gran nivel, por esta razón es difícil, la mayoría de las veces, hacerse con una entrada. La representación, durante esas dos jornadas, empezó a la hora programada. A pesar de la persistente lluvia el aforo se completó.
Antes de dar inicio el concierto, uno de los organizadores se encargó de hacer una pequeña introducción. De todas las frases que dijo, durante su discurso, una llamó mi atención: El latín jazz (mezcla de ritmos multiculturales, porque aglutina diferentes estilos interpretativos en su interior) tiene dos elementos fundamentales: la improvisación y la especialización, además hay que ser muy músico para tocar jazz. Esta frase de la improvisación y realización se quedó dando vueltas en mi cabeza, debido a lo que engloba como afirmación, tomé estas palabras y fui más allá: solo aquel que domina un arte puede ejecutarlo con un estilo propio, personal. Innovar, en un determinado campo, está reservado a personajes que tienen ciertas cualidades para efectuar cambios en una práctica, es un proceso que deviene de su habilidad.
Solo siendo buen músico se puede tocar sin ensayar, se crean ritmos que suenan bien por la forma en la que se acoplan los sonidos, pero que no están basados en partituras y no siguen un sendero marcado por un arreglista, simplemente se dejan llevar por la emoción del momento, dándole toques que tienen sentido en ese instante. De esto fui testigo al ver como se dejaban llevar por las notas, como se retaban (tocando sus instrumentos) entre los integrantes, una buena lid, en la que los ganadores fuimos los asistentes. También observé como entre los músicos existía complicidad, con una simple mirada o gesto sabían lo que debían hacer, no necesitaban más, entre ellos se entendían, se denotaba por su forma conjunta de soltar las notas musicales al aire.
No soy un experto en música, no sé si llegaré a serlo, soy un profano en este tema (como en muchos), pero disfruté cada segundo que duraron los conciertos. Desde el asiento que ocupé, situado cerca de la plataforma instalada para los artistas, pude sentir de cerca los acordes, como se esparcían por el entorno; la forma en la que chocaban con mis oídos y retumbaban en mis tímpanos.
Estuve a gusto con el ambiente generado por los músicos y con la gente que me rodeaba. Todos los asistentes, por un instante, compartimos sensaciones en un espacio único, efímero e irrepetible gracias a lo espontaneo de su naturaleza. El buen desempeño de los concertistas hizo, más de una vez, que los aplausos y vítores sonaran al unísono.
Al salir sentí que había saboreado un buen espectáculo en un día de lluvia en Madrid.

Mitchel Ríos