Creatividad

Despiste

Salí de compras y fui en dirección a una tienda cercana, me dirigía ahí porque una gran variedad de artículos.
Durante el trayecto pasé por varios almacenes que vendían ropa.
En ocasiones, en esos lugares, uno se podía encontrar con prendas tiradas por los suelos, cerca de los probadores, ensuciándose, cogiendo polvo y sin atractivo para un posible comprador. La gente se arremolinaba, cogía todo y de todo, para no comprar nada. Cuando veía esas escenas pensaba en el trabajo que tendrían que invertir los trabajadores para volver a poner todo en orden.
El lugar al que me dirigía estaba regentado por gente amable, atenta en el trato y en el cuidado de las cosas que vendían, tenían personal vigilando que todo se mantuviera impoluto.
Debido a la manipulación exagerada la ropa quedaba maltrecha, descosida y manchada por todas partes, solo bastaba con fijarse, el lugar parecía un gallinero. Al ser época de rebajas la gente no guardaba las formas, era como si se reuniera la más desordenada en el mismo sitio y la menos empática, solo se enfocaban en su bienestar, no dejaban las cosas como les gustaría encontrarlas. Por todo esto era mejor salir de ahí pronto. Quitaban las ganas de comprar, el caos y la desorganización dejaban una vista lamentable.
Al entrar no había nadie esperando en la caja, aunque llamar así al lugar de cobro era exagerar. Solo estaba una chica sentada a un ordenador, pasaba el lector de barras por los objetos que cada cliente llevaba y luego solicitaba el pago. Alguna vez, de reojo, me fijé en la forma en la que lo hacía, utilizaba una especie de escáner y en una pantalla salía el nombre del producto, un método sencillo, bastante útil, atrás quedó esa forma arcaica de poner una etiqueta con el precio, todos los objetos estaban inventariados con códigos de barras.
Mi intención era adquirir solo un par de objetos. El local no era grande, a pesar de su tamaño me costó encontrar lo que buscaba, debido a que cambiaban de lugar los productos cada cierto tiempo, y a que no iba demasiado por ahí, solo me acercaba de vez en cuando por una agenda, un cuaderno, pegamento, algún artilugio de cocina o incluso, unas medias. Se podía encontrar de todo y de todas las calidades.
Tras encontrar lo que fui a comprar, me dispuse a pagar.
La cola no avanzaba y era un incordio, ya que echaba por tierra mis planes: los de salir pronto de ahí y estar lo antes posible en casa. Esto pasaba a menudo, si planificabas tardar pocos minutos, terminabas invirtiendo el doble de tiempo, en esta oportunidad, se estaba cumpliendo a rajatabla.
Mientras esperaba, noté que quien retrasaba la cola era una mujer, por lo visto no estaba de acuerdo con su compra o estaba haciendo una consulta, no lo sabía con seguridad, tendría que prestar atención para enterarme. Sus modos eran educados, sin embargo, quien le atendía no se enteraba de nada, posiblemente era nueva en estos lares, por eso solo sabía decir lo básico o, tal vez, era borde, consideraba más certero lo primero.
La señora hacía varias preguntas: si tenía… con acabados… y en el modelo…, sin embargo, no recibía la respuesta que esperaba, más bien daban ganas de espetarle: No te ha entendido lo primero y esperas que te entienda lo segundo, si no te responde es porque aquí no venden eso. Callé, no quería entorpecer más el trabajo de la muchacha, tenía suficiente con la pesada que le insistía.
Al final, por estar pendiente de lo que sucedía, olvidé coger un producto de mi lista, me acerqué a la dependienta para explicarle que iría a por él, lo encontré cerca, no tuve que rebuscar demasiado, cuando me dispuse a pagar, metí la mano en el bolso para coger la cartera, no la encontré, la había olvidado en el piso, tendría que ir a por ella y volver, uff… ¡Qué pereza!

Mitchel Ríos

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