Opinión

De estrenos y sinsentidos

Hace poco estuve a punto de comprar una entrada para ir al cine, era para el estreno de una obra que llevaba esperando durante algún tiempo, más o menos desde el año pasado. En el proceso, a un segundo de dar clic, desistí. No me preocupaba esperar un poco más, nunca había asistido a uno. Me advirtieron que suele haber multitud de gente en ese tipo de eventos, se producen largas colas para acceder a la sala y hay más ruido del habitual durante la proyección.
Si voy habré cedido a los dispositivos que tienen desplegados los distintos estudios para incitarnos a ver sus producciones. Es cierto, al final yo soy el que decido, pero, a fuerza de sentirme apabullado por toda la propaganda mediática, quizás esa elección no es tan libre como me quieren hacer creer. La cuestión no es difícil de dilucidar, con salir a la calle uno puede toparse con esa publicidad. Si uno está en la parada del bus no es extraño encontrarse con grandes carteles que te invitan a visionar el filme, suelo verlos cuando madrugo y me dirijo a coger el metro; a esa hora aún me estoy despertando, camino aletargado y, de forma solapada, consiguen grabar su imagen en mi mente.
Ver esos paneles que, como siempre, ponen en letras resaltadas: «La mejor película del año», «una obra maestra», «asiste a verla y no te defraudará», «todos hablarán de ella». Estas frases que pueden sonar a oraciones repetitivas consiguen, a lo tonto, prefigurarnos una idea del producto y cumplen su cometido, atraer nuestra atención, con eso te atrapan, de ahí a que asistas a verla, falta poco. Tal vez sea cierto, ver esa obra transformará mi vida, seré distinto al que soy ahora, pero eso nunca lo sabré, prefiero ir a por lo que no es muy publicitado o no me genera falsas expectativas.
En ocasiones, charlando con los compañeros, varios sacan a relucir sus conocimientos sobre estos temas, yo, casi siempre, me siento apabullado, en determinadas oportunidades me gustaría tener el mismo manejo de información, sin embargo, mi formación en esos asuntos no se puede comparar a la de ellos, por eso solo escucho, guardo silencio e intervengo cuando es conveniente, mejor es, como dice el dicho, que me tengan por tonto a que lo confirmen. Así se quedan con la duda, aunque, la raíz del problema se encuentre en mi poca pericia a la hora de expresarme.
En esas conversaciones cada cual trata de apoyar su elección, basada en sus propias argumentaciones, consiguen hacerme dudar un poco, ¿y si lo que dicen es verdad?, sería bueno ir a por ellas, pero, como nunca se ponen de acuerdo, a causa de sus posiciones encontradas, las dudas me llevan por otros derroteros. En este punto se agranda el sinsentido de estar sentado delante de la pantalla únicamente por seguir a la masa, dejándome llevar por opiniones ajenas, aquellas que están alienadas por el marketing desplegado.
Estuve a punto de dar clic para comprar la entrada, antes de hacerlo me sentía seguro de mi elección —sería un estreno—, mi primera vez, podría confirmar las aseveraciones de mis colegas o, en su defecto, ratificar mi opinión. No vale la pena dejarse llevar por la publicidad, porque como todo dispositivo solo busca encausar nuestras elecciones, nos empuja, de forma metafórica, a sentarnos delante de la pantalla.
Por otro lado, en un par de semanas valdrán menos las entradas, la sala estará casi vacía, me sentaré en cualquier sitio, estas posibilidades pueden ser las que me hagan declinar la compra, total, no es necesario desesperarse, eso sí, tendré que evitar los spoilers y cualquier conversación que me destripe la película.

Mitchel Ríos

Lume

Agli