Creatividad

De difícil lectura

Se hacía insoportable la lectura, se había empecinado en sacarla adelante, quería terminar esa obra y colocarla en la estantería de los ejemplares acabados. En lugar de avanzar estaba entrampado en minucias, las palabras se le hacían pesadas y se quedaba dormido cuando incidía en su propósito. Fueron varios los intentos —en ninguno consiguió hacerlo—. Le gustaba leer, por lo menos eso le parecía, además era un constante defensor de ese hábito, se pasó la vida entera siendo pro lectura; sin embargo, se topó con su Rubicón, este libro, puntualmente, le parecía un obstáculo difícil de sortear. No era un mal texto, el asunto se ceñía a sus circunstancias, estaba distraído por distintos factores, centrarse no era posible. Quería encontrarle defectos, convencerse que el problema no era él, deseaba una excusa para abandonar semejante empresa, pero, según su juicio, era inviable rendirse. Al comentar este dilema con gente cercana, le aconsejaban que dejará de leerlo: si un libro no te engancha en sus primeras páginas, es mejor dejarlo. Empieza otro, no te agobies innecesariamente, la lectura es para divertirse no para sufrir, es para pasar un rato ameno, imaginarse realidades distintas, mundos perfectos, no castigos, si se vuelve una pena difícilmente podrás avanzar.
Dicen que los libros te buscan, aparecen en el momento indicado, así como los amigos —esto se comenta sobre muchas cosas—, cuando el alumno está preparado hace su aparición el maestro. Son frases que sirven para consolar, suenan bien, pero llevadas a la práctica no dejan de ser instrumentos vacíos, filosofía barata para algunos, para otros, frases motivacionales.
Entró en una librería de libros usados en busca de un texto difícil de encontrar, de repente vio uno apartado, estaba solitario en un lugar aislado, alejado de los demás, como tenía interiorizada una idea tonta sobre los libros, lo cogió, le pareció un momento mágico, levitaba, estaba decidido a comprarlo. Noté distraído al dueño del local, no me prestó la más mínima atención, no se fijó en el título del libro, a veces tenía ciertas actitudes que no gustaban a los clientes, pero siempre regresaban porque tenía ejemplares únicos. Una vez alguien se acercó a pagar un libro; el tipo le dijo que no se lo vendía, si quería le dejaba hacerle una copia, una actitud pésima, en ningún lugar decía que algunos textos no se vendían. Era un poco excéntrico, para los que lo conocíamos o éramos habituales compradores nos causaba gracia con sus modales. En alguna ocasión, dependiendo del día, recomendaba obras, examinándote la cara te decía que libro se te adecuaba mejor. Había algunas personas a las que desaconsejaba leer determinados escritos porque no lo entenderían, con su retórica lograba convencerlos, salían agradecidos de su gran compra. A sus conocidos solía mostrarles libros poco comunes, se ufanaba de esas joyas que poseía. Cuando cogí el libro no dijo nada, estaría sumido en sus asuntos, salí triunfante de aquel lugar.
Subí al bus, mientras iba a casa no dejaba de revisar el libro, sentí que había encontrado un tesoro, lo observaba de manera detallada, parecía nuevo, algo inusual en estas librerías de viejo, de reojo noté a una persona fijándose en él, no había duda, fue una buena compra. Era curiosa esta forma de adquirirlo, tendría que centrarme en él. Durante mucho tiempo estuve posponiendo su lectura, por eso no me animé a cogerlo de la biblioteca, sentía poca preparación para embarcarme en esa aventura. En esta ocasión no pude hacer nada, no tenía ningún pretexto para evitarlo.
Llegué a casa emocionado, di inicio al estudio, no obstante, el problema surgió desde las primeras páginas, la lectura se me hacía pesada, quise creer que todo se debía a la traducción, tenía algunas expresiones mal puestas y algunos párrafos no concordaban, era un trabajo hecho a la carrera, tal vez a causa de ser una primera edición. No dejaba de sorprenderme la poca seriedad de la editorial, a esto se exponía al sacar libros de forma industrial, descuidaba el producto, sus obras dejaban de tener alma, la calidad se perdía, brillaba por su ausencia la dedicación —mientras ganaran dinero: ¿qué más daba?— Quería entender por qué esa obra llamada maestra, a mí no me provocaba nada y me parecía un libro más. El tratar de interpretar algunas partes mal traducidas me hacía perder tiempo. Nunca antes un libro se me hizo tan difícil.
Seguiría con él, a pesar de todo. No era mi costumbre dejar una obra una vez empezada, así no me gustara llegaba al final, de tal modo que, al terminarla, me sentía un ganador. Para salir airoso de esa empresa pensó en inscribirse en un taller de lectura, pagaría, pero por lo menos le enseñarían a leer mejor, a buscarle el sentido adecuado al texto, aunque estuviera mal traducido. Los grandes profesores que impartían esos talleres sabrían enseñarle a cambiar su forma de ver los libros.
Insistiría con ese ejemplar por más tiempo, no se rendiría. Era necesario enfrentarse a determinados retos si a uno le gustaba realmente leer. Para ser considerado un gran lector tendría que hacer frente a cualquier escrito, si solo se centraba en lo que le gustaba no estaría preparado para ser elevado a esa categoría.

Mitchel Ríos

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