Creatividad

De ambulantes

El viento matutino lo despertó y lamentó no poder dormirse de nuevo. El ruido, durante la noche, hizo que se lamentara por vivir en un lugar con tanta afluencia de gente.
Las paredes del museo eran mudos testigos de lo que sucedía a su alrededor, la principal y más alta, la que estaba cerca de la plaza, se elevaba hasta el firmamento (esa era la impresión que daba a quien la miraba desde abajo), su proyección en el suelo generaba una gratificante sombra.
El ayuntamiento había colocado varios bancos para aprovechar la temperatura templada que otorgaba. Este oasis era valorado por todos, incluyendo trapicheros, revendedores y vagabundos, estos últimos aparecían y desaparecían continuamente, se les solía ver cuando no conseguían un lugar en la casa de acogida cercana.
Las palomas eran parte del paisaje, era usual ver la acera cubierta con sus excrementos, en especial los tramos con árboles, el tono níveo daba la impresión de que el suelo estuviera cubierto por yeso, sin embargo, el olor (desagradable) delataba su procedencia.
Cerca se concentraban los pillos especializados en hurtar en los supermercados, algunos eran celebridades (o así se sentían) gracias a las gangas que ofrecían. Debido a su fama comenzaron a llamar la atención, su forma de actuar era profesional.
Un día, una periodista los buscó para entrevistarlos, la simpática comunicadora indagó por la zona hasta dar con ellos. Al principio chocó con su desconfianza, eran demasiado precavidos, consideraban que eso podía llevarlos a la carcel, caer ahí sería la mayor desgracia, llevaban años evitándolo, no querían vivir en sus carnes las historias tristes que hablaban de desarraigo, penurias e incontables adversidades.
Era difícil encontrar comida en condiciones, se lamentaba mientras rebuscaba en un contenedor, solo había mierda y eso no le gustaba, las gentes del barrio dejaban esas trampas de forma deliberada para que nadie rebuscara en sus residuos —se dijo. Si no encontraba nada se iría con las manos vacías, regresaría a su acera, en ese momento encontró una bolsa cerrada, pero al abrirla sintió un olor nauseabundo que le quitó el apetito, por un instante quiso vomitar, pero no lo hizo, tapó el depósito y se alejó, lamentaba su suerte.
La empresa parecía infructuosa, el problema fue entrarles de ese modo, se dio cuenta en el acto, tendría que hablar en su idioma para poder realizar su crónica, mostrarles que podían llegar a un acuerdo que les traería beneficios. Comenzó a charlar con su compañero, el cámara, se plantearon varias interrogantes: ¿cuál sería la mejor forma?, ¿llevarles cigarrillos? u ¿ofrecerles dinero?, se decantaron por lo último, pero tenían un inconveniente, la compañía para la que trabajaban no les daba pasta para ese tipo de transacciones, dentro de su reglamento estaba prohibido pagar para conseguir declaraciones. Por lo tanto, si querían invertir, tendría que ser de su bolsillo. Tenía un par de billetes, su colega podía añadir otro tanto, la cantidad que lograron juntar no era elevada, pero resultaría atractiva para esos personajes, lo comprobarían al acercarse y hacerles el ofrecimiento. De repente, pensaron en lo que pasaría si se negaban, volverían sin reportaje, ante ello podían excusarse con sus jefes explicando las dificultades, pero era mejor no pensar en eso, cogerían al toro por los cuernos, su plan resultaría satisfactorio.
A veces, cuando la suerte estaba de su lado, podía encontrar bebidas, la gente tiraba latas de cerveza llenas, quizá por la fecha de caducidad, había mucho tiquismiquis en el mundo —soltaba una carcajada—, pobres, se imaginaban sufriendo enfermedades al consumir productos en mal estado, él sabía por experiencia que las fechas colocadas en los envases no servían para nada, pues el sabor no variaba pasados determinados plazos, tampoco la textura.
Se acercaron nuevamente a conversar, acordaron que no sacarían el ofrecimiento monetario hasta que bosquejaran un no rotundo.
—No os reconocerán, la cámara no enfocará vuestros rostros, si os viene bien en postproducción podemos alterar vuestra voz, no queremos atentar contra vosotros.
Pero esas alegaciones no los movió de su posición, no es no —dijeron—, que no somos gilipollas, tía.
Cuando sugirió que les daría una gratificación por hablar, el gesto cambió, sin embargo, la suma ofrecida solo consiguió seducir a uno, los demás se fueron, no sin antes recordarle que cualquier inconveniente sería por su culpa, los tranquilizó arguyendo que haría todo lo posible para no ser reconocido, además, el único que se metería en problemas era él, esta afirmación los sosegó.
No pudo conciliar nuevamente el sueño, a pesar de que se tapó la cabeza con el edredón, qué insoportable se hace el ruido cuando uno está descansando —se dijo.
La nota fue todo un éxito, expuso un problema que estaba en boca de todos y, por primera vez, tenían el testimonio de uno de los delincuentes, eso, hasta ese momento, nadie lo había conseguido. Sus declaraciones, sumadas a las de los compradores, aportaron más luces sobre el asunto, descubrieron que había ladrones por todo el centro comercial, se repartían sus distintas áreas, uno se dedicaba a robar en la de lácteos, otro, en la de vino y él, tenía a su cargo la droguería, al conseguir los productos se dirigían a la plaza, al lado del museo, ahí la gente los esperaba con ansia para poder comprar sus gangas, un vino, por ejemplo, a mitad de precio, un queso por un par de euros y cosméticos, con un gran descuento.
En esa tesitura, tendría que levantarse, guardar todo y dedicarse a recorrer las calles.
Era una venta rápida, lo hacían así para cuidarse las espaldas, en especial de los agentes infiltrados, sí los pillaban en plena transacción podían ser detenidos, por eso no eran avariciosos, con sacar unas cuantas monedas para sus vicios les bastaba.
Era información sustancial, estaban contentos con su trabajo. Cuando terminaron de grabar, el entrevistado les preguntó en que canal pasarían el reportaje, quería verse por televisión.
Se retiraban tranquilos, quién diría que en una zona como esta hubiera ese submundo. Mientras lo hacían observaron a un tipo durmiendo en la calle, al parecer se estaba despertando, pues se movía, a pesar de estar con la cabeza tapada.
—Qué guay que tu casa sea la gran ciudad, dormir en donde quieras, poder quedarte en cualquier lugar, no como nosotros que vivimos entre cuatro paredes.
—Díselo a ese a ver que te responde.
En el canal editarían las mejores tomas, los diálogos, darían los retoques necesarios para que todo sonara bien, tal vez agregarían algún comentario, simplemente para dar más realce a lo expuesto.

Mitchel Ríos

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