Creatividad

Contrariedades

Sería el último de la noche, se lo llevaba diciendo unos cuantos minutos, no podía detenerse, quedaba abstraído y perdía el control; la noción del tiempo. Cuando salía de ese estado se percataba que no solo era un corto lapso el que llevaba sentado.
Cuando comenzó a sentir el despertar sexual, sus intentos por descubrir ese mundo, y hacerse con las bondades que devenían de disfrutar esa etapa, fue a trompicones. Como muchos en ese momento sentía que la soledad se hacía más inmensa y que moriría en el más absoluto abandono.
A menudo se preguntaba si podía invertir esas fuerzas en hacer cosas más productivas, le remordía la conciencia, sin embargo, volvía a caer una y otra vez en lo mismo.
Incomprendido por su entorno, no encontraba nada que le diera pie a pensar en lo contrario, todo eso sumado a sus pajas mentales, que no físicas, iban construyendo una bomba de tiempo, en cualquier momento explotaría.
Todos los días sucedía lo mismo, se sentaba y empezaba de nuevo, era como si tropezara con la misma piedra una y otra vez, pero eso —según alegaba en sus pensamientos— era debido a su forma de ser.
Le comentaban todo lo que se podía hacer; le resultaba interesante, fue imposible no quedar seducido por las historias y, más adelante, por el material que le proporcionaban.
La debilidad que demostraba ante esa simple acción era una muestra de la poca voluntad que poseía.
Eran simples fotografías, pero generaban cientos de sensaciones difíciles de explicar, era una mezcla de representaciones con emociones, en donde implicaba una mixtura de lo físico y lo mental, aunque en ese periodo se enfocaba en lo segundo.
¿Sería una utopía?, se respondía que no, porque solo necesitaba tener la suficiente fuerza de voluntad para hacerlo, no era imposible, acaso no dicen que nada es…
Todo partía desde su imaginación al rememorar en los momentos solitarios las imágenes que le llamaban la atención, a esa edad la imaginación sobraba y podía suplir lo demás.
Era necesario sentarse, meditar sobre la situación y ver si era un problema, para eso tendría que aplicar métodos que no le convencían, era muy crítico con seguir la guía de libros que se consideran dueños de la verdad absoluta.
Conforme eso dejó de ser la novedad, comenzó a buscar más medios para saciar sus inquietudes.
Un texto no puede decirte como llevar tu vida —alegó—.
Para ese fin tenía que buscar acercamientos que, en otras circunstancias, le resultarían insoportables; lamentablemente se veía en la tesitura de hacerlo, por eso planificó un encuentro para adquirir experiencia.
Era sencillo, cada vez que terminaba de hacer su trabajo, sentía que se había quitado un peso de encima, pero ese malestar volvía al día siguiente.
Al acercarse notó que estaba siendo analizado de pies a cabeza, por primera vez en su vida se sintió incómodo por una mirada. Era una situación que debía tragar.
Otra vez estaba delante del ordenador revisando contenidos que no le aportaban nada; era una constante de todos los días, incluso, durante el fin de semana continuaba inmerso en lo mismo.
La confianza que mostraba al exterior era diametralmente opuesta a como se sentía por dentro, tenía ganas de correr, no estar ahí, decir me he equivocado, disculpa por la situación.
Era difícil de prever que esas contingencias fueran las causantes de su agobio.
Sacó fuerzas de donde no tenía y siguió en la empresa, iba diciéndose que lo mejor era no estar ahí, de repente escuchó las palabras: eres un niño, sus dudas del inicio se vieron reafirmadas con esta afirmación. No podía hacer nada, era imposible que de un día para otro sus rasgos maduraran.
Con el paso de los días el problema se hizo más intenso, no podía dejar de lado esa sensación, era una angustia que se acrecentaba; explotaría, no podía seguir acumulando tantas molestias, la carga pesaba más.
Sus esfuerzos por seguir experimentando lo llevaron a situaciones tontas. Quiso salir con alguien un mes mayor, pero, esa diferencia de edad, dio pie para que desdeñara sus ofrecimientos. Un mes era nada, pero en el imaginario de aquella época era equiparable a un lustro; a causa de ese sinsabor, su resignación inicial se convirtió en una tortura posterior.
Todo debía terminar, sentía que llegaba a la meta y, de pronto, retrocedía hasta la partida, de nada servía lo caminado, ¿Cómo era posible?
Quería que el tiempo pasara rápido y que, de un día para otro, pudiera dejar de ser imberbe, con ello —en su mente— pensaba que estaría a la altura de lo que requería la situación.
Volvía a su lugar, cavilaba en lo insustancial de su obra, pero, para no perder la costumbre, se sumergía en su síntoma, sabía que tenía una contrariedad; no hacía nada por enmendarla.
Todo lo que veía en la televisión le había creado una idea errónea de la forma de interrelacionarse. En la caja boba, tener aventuras era fácil, no existían complicaciones, daba igual ser mayor o menor, simplemente importaba la personalidad y creía que le sobraba, tenía kilos de ella para regalar.

Mitchel Ríos

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