Opinión

Con sustancia

Alguien decide hacerse escritor (se levantó inspirado), para lograrlo se inscribe en un taller de redacción, cree que eso lo convertirá en un gran prosista. Convencido de que en ese lugar recibirá la formación necesaria para plasmar en papel sus ideas, se apunta en el curso, confía sus esperanzas en el encargado de impartirlo. Espera que, al embarcarse en esa empresa, podrá dar al mundo una obra perfecta, llena de los matices que tienen las producciones perdurables, él considera que tiene pasta (y de la buena), además el instructor está convencido de que todos pueden llegar a ser creadores (en tanto paguen sus honorarios). El ánimo inicial se va aminorado y así pasan varios años, aún no ha conseguido llegar a su meta, pues sus ansias se topan con los límites de su técnica, a pesar de sus buenas intenciones, casi siempre choca con la crítica mordaz de su profesor, este, anclado en una época pasada, considera que la literatura, como tal, debe ser el reflejo de la realidad, cualquier otro planteamiento, alejado de lo fáctico, resultaría pretencioso, porque aquel que cultiva patatas solo puede escribir sobre ellas, no puede abordar otros temas, debe ceñirse a ese universo, solo así conseguirá ser veraz en lo que cuenta, dar su voz personal, lo demás es simple fanfarronería.
El autor (Manuel Martín Cuenca, 2017), película basada en la novela de Javier Cercas: «El móvil», se centra en abordar los límites de la ficción y de la realidad, mostrándonos lo peligroso que puede resultar confundirlos. Si bien el papel del creador es la de encaminar a sus personajes en el mundo de las mentiras, funciona en tanto quede enmarcado dentro de los márgenes de las fantasías, porque manipular a las personas de carne y hueso para conseguir historias que contar, resulta poco ético; el fin no justifica los medios.
La obra empieza con fuerza, se hace ameno acompañar a Álvaro en su camino para convertirse en narrador, resaltando sus inquietudes, pues quiere ser uno de verdad, no de esos que elaboran textos para leer y tirar, enfocados en trivialidades, centrados más en las ventas que en la sustancia. Sin embargo, esa fuerza inicial se pierde en el transcurso de la historia, las subtramas no dan el suficiente apoyo a la narración principal, el desenlace es demasiado forzado, se pierde cierta naturalidad por el hecho de querer recalcarnos en todo momento que el autor se embarca en una empresa irrealizable, retratar la realidad con fidelidad sin importar los límites que traspase, llevarlo a cabo conlleva un castigo.
Todo se aprende, con dedicación todos pueden llegar a ser buenos en una determinada labor, nos lo dice el espíritu de la época: todo se compra, todo se vende, el único requisito es contar con un guía adecuado que vea el potencial que escondemos, el talento no sirve de nada, pues lo necesario es confiar en el juicio externo, en este sentido, cualquier medio para conseguirlo es válido, aun cuando sea necesario invertir dinero para recibir una opinión. No es malo cometer simonía cuando nuestro fin es adquirir las cualidades de las que carecemos.

Mitchel Ríos

Lume

Agli