Creatividad

Asalariado

No puedes dormir ahí —le gritaron—, la gente pasa y das mala impresión. No solía recostarse en cualquier sitio, pero últimamente se quedaba frito en diferentes lugares.
Eran las seis de la mañana y tenía que levantarse, no era por amor a la actividad, sino por la necesidad del dinero. Durante el trayecto pensaba en su primer día. Fue raro, el ambiente, la gente; la ciudad se veía diferente cuando la recorrías para ganarte el pan.
Estuvo un mes a prueba, cobrando una miseria. Su labor consistía en tener en orden un almacén. Los inventarios eran constantes, todo debía estar en su lugar.
Pasaba horas llenando fichas para llevar el control de todo lo que entraba y salía de aquel lugar. Si llevaba todo en orden a fin de mes podía estar tranquilo, sin embargo, cuando faltaban productos, el ambiente se ponía chungo, en esa coyuntura, rellenar plantillas y llevar las hojas de cálculo se volvía un infierno.
En su primer día se hicieron las presentaciones correspondientes. Conoció los que serían sus compañeros, su jefe lo llevó a un apartado y le dio un pequeño sermón: Tienes que ser consciente de la oportunidad que se te presenta, no cualquiera puede tener tu suerte, por lo demás, no te preocupes, si cumples a cabalidad tus funciones, yo me encargaré de velar por tu tranquilidad, no dijo nada, solo dio las gracias por la oportunidad, al salir de ahí le mostraron las instalaciones en las que trabajaría. Su deber se centraría en mantener todo ordenado, no era difícil —le comentó un trabajador antiguo—.
Gracias a un amigo pudo encontrar este puesto, su buen samaritano lo recomendó y lo acompañó. Ese aval le permitió evitar el proceso agobiante y engorroso de selección de personal. No presentó currículo, tampoco pasó por una entrevista; solo fue citado para tener una pequeña formación, a primera hora, un día antes de empezar a trabajar.
Para la capacitación tenía que asistir a una oficina ubicada a unas cuantas calles de su casa. Le dieron una dirección y el nombre de la persona por la que debía preguntar. Llegó a un sitio que con el paso de los días y semanas se le haría conocido, pero en ese momento era cualquier lugar, no le producía sentimiento alguno. Le abrieron la puerta, después de recorrer un pasillo lo condujeron a un pequeño despacho. Ahí lo esperaba una silla y una mesa, en ella un folleto y un bolígrafo. Cogió el cuadernillo y comenzó a revisarlo, las especificaciones estaban bien, no eran demasiado intrincadas. Tuvo que aguardar diez minutos hasta que se acercó el encargado de recursos humanos, este comenzó a darle las pautas para llevar a cabo, de forma más eficaz, su nueva labor.
El calor era el causante de todas sus penas, en otra temporada no sentiría tan pesado el cuerpo —se decía—, ya no era tan pueril como para dejar pasar el malestar. Tal vez en otro tiempo hubiera estado bien, sin embargo, ahora se le hacía cuesta arriba mover el culo.
Las pocas ganas, la monotonía, el hacer lo mismo una y otra vez, no le proporcionaba energías para continuar. Las energías iniciales las perdió en el camino, a causa de lo poco que le aportaba, a nivel personal, su actividad laboral.
En un día de tantos, cuando fue a entregar unos papeles en un centro estatal, se encontró con un servidor público atento en el trato —algo inusual en estos trabajadores—. Esos modos le hicieron recordar sus ímpetus iniciales.
—Llévese esos archivadores, a nosotros no nos sirven —cuando escuchó estas palabras le pareció extraño, una semana antes hizo la misma gestión y no le devolvieron nada.
Se mantuvo en silencio un buen rato, se fijó en lo que hacía con los papeles, de repente, le volvió a dirigir unas cuantas palabras
—Sé lo que valen, aún recuerdo mis años de estudiante, llevo poco tiempo trabajando aquí —escuchó y pensó: ya habrá tiempo para que se te agríe el carácter. Llegará el día en el que te levantes de la cama y sientas que la gente es un lastre, te dará igual la empatía, dejarás de lado las atenciones, cuanto antes termines mejor.
Le gustaría ver ese cambio, pero no sería posible. Esos trabajadores no estaban en el mismo departamento siempre, los iban rotando, algo así como sucedía con los encargados de las agencias bancarias. Lo primordial era hacer las gestiones y punto.
Prestó atención a las pautas que le indicaba el encargado, fue detallista en cada uno de los aspectos. Sin venir a cuento soltó una risa al escuchar la palabra asalariado, le resultó graciosa, parecía que le quemaba en los labios. Su interlocutor esperó a que se le pasara su momento tonto.
Con las rotaciones, por lo menos, no se sentirían agobiados, podían conocer distintas secciones, eso era lo mejor de su puesto, por lo tanto, no deberían quejarse de su trabajo — pensó que sería bueno presentarse para un puesto así, pero para poder conseguir una plaza tenía que seguir un proceso engorroso, por eso se dijo que no valía la pena—.
La risa se calmó. Comenzó a hacer anotaciones en una de las hojas en blanco, quería demostrar que estaba interesado, trató de rellenar los espacios señalados, también hizo algún dibujo, todo sea por terminar pronto —se dijo—.
Su compañero de al lado no atendía a nadie, prefería estar al teléfono; hablaba en voz alta, parecía que se había olvidado de los allí presentes. Lo más importante, en ese momento, eran sus asuntos. Ese era el futuro que le esperaba.
Después de concluir la preparación le dijeron que podía retirarse, se despidió y regresó a casa. Durante el recorrido de retorno pensaba en cómo sería su desempeño en ese nuevo trabajo.
Cuando volteó por la esquina se topó con un sintecho durmiendo en la calle, lo querían echar, había un tipo increpándole su actitud, pero, como el problema no era con él, siguió su camino… no podía hacer nada.

Mitchel Ríos

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