Creatividad

Algo inverosímil

En medio de una lectura me topé con un escrito que me hablaba.
En uno de los asientos había una persona al teléfono…
El cansancio, el estrés, esto no era normal.
—Los móviles agilipollan —espetó un tipo con un periódico en las manos.
A su lado, una señora, asintió. Estaba de acuerdo.
—Esos trastos del demonio solo sirven para agilipollar.
En ese instante, gracias a la similitud de pareceres, se sintieron reconfortados.
Rompían la cuarta pared, menudo ardid.
La gente que iba sumida en la tecnología olvidaba lo que pasaba a su alrededor, eran albóndigas con patas —elucubró.
Al no tener nada que contar se dirigían al lector.
Su tono se hacía más audible, tal vez era muy importante su conversación, no era capaz de posponerla. Por eso incluía a todos, le daba igual lo que pensaran.
Los personajes me hacían partícipe de su charla, pues su código iba dirigido a un canal inesperado: significado y significante se entremezclaba en aras de ocasionar incertidumbre en el lector.
El estilo no era en primera persona, no iba en un tono intimista, era una historia sin más.
Seguía con su rollo y no parecía que lo fuera a cortar.
Le sorprendía, le parecía directo, sin detenerse en minucias, como si fuera un tratado, preelaborado, hecho con el fin de agradar.
Le era imposible concentrarse, no podía dirigirse a su acompañante, desconocía cuál sería su reacción.
Cuando llego a la mitad del texto, fue cambiando, los personajes parecían otros, ¿sería un libro mágico?
No quería pasar un mal momento, quería ir en paz, aunque no pudiera ir leyendo.
Al comprarlo nadie le advirtió que algo así pasaría, nadie le dijo, no lo leas.
Prefería ir con perfil bajo, cambiarse de sitio, tendría que esperar no había lugares libres…
Con el fin de la conveniencia de su legibilidad, superaban las barreras de lo creíble, intentando ser profundo en sus párrafos.
Algunos escritos te atrapan en sus entresijos y no te dejan salir de su territorio.
Cuando vio que se desocupaba un asiento se apuró por llegar a él, alguien se le adelantó, ahora tendría que continuar de pie.
No recordaba a cabalidad aquel dato, sería un invento suyo, de repente, su mente ficcionaba para hacer más llevadero ese momento.
Esperó buen rato, hasta que percibió una melodía.
La incertidumbre, encontraba sinsentidos por todas partes. Intentó levantar la vista, mirar a su alrededor, tenía la cabeza en una posición tal que no podía moverla.
A pesar de eso solo notaba ruidos, le permitió que se abstrajera.
Era un simple libro —se repitió—, sin más pretensión que la de ser leído.
Cuando sintió que la reconocía estaba concluyendo.
A punto de concluir el viaje, y viendo que la anécdota se estiraba innecesariamente, cerré el ejemplar.
Tendría que someterse a su suerte, se quedaría atrapado ahí, viajando infinitamente, sin poder salir de aquella aventura dedálica.
No pudo sacar en limpio de cual se trataba, estaba seguro de que la conocía, la había escuchado cientos de veces.
Sería un personaje más, el lector ideal que había creado el autor.
Esperaba que concluyera el viaje, que sus acompañantes eventuales se quedaran ahí, que todos permanecieran sumidos en su mundo.
Se convenció de su destino, no podría romper el encanto (por llamarlo de algún modo) hasta que las líneas concluyeran.
Alguien que era parte de una historia como una pieza creada por el autor, rompía su linealidad, distraía, llevaba al límite la ficción.

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