Creatividad

Alboronía

La enésima vez que mandé el saludo sentí lo inútil de tal acción. Los emoticonos comenzaron a perder cualquier significación, a fuerza de comunicarnos con ellos parecíamos tontos; era una forma de darnos señales. Nosotros entendíamos su alcance, si había la conjura de los necios, lo nuestro era una treta de besugos, ni más ni menos.
El juego del que participábamos era curioso, algunos días podíamos estar en la total oscuridad, sin embargo, otros, salía el sol y todo discurría de la mejor manera, bastaba una sonrisa y se trocaban las circunstancias, podía parecer una simpleza.
—El sitio no está mal, podrías haber elegido mejor.
—Calla y disfruta del momento.
—Llevo haciéndolo desde que pisé este lugar.
—¿Callar o disfrutar?
—Me reservo la…
—El tono de tus palabras suena a coña.
—No es el tono que he querido darle.
—Nunca quieres darle determinados…, pero terminas…
—Termina la frase.
—No, mejor complétala tú, se te da genial.
—A ambos se nos dan bien diversas…
Mientras caminábamos se nos acercó un tipo, llevaba algo en las manos. No sé cuáles serían sus intenciones. Antes, de reojo, me había dado cuenta; para pasar desapercibido hice como si me pillara por sorpresa, se acercaba, me mantuve en pie leyendo uno de los carteles de la puerta.
Estaba por demás decir que ese día sería en vano esperar una respuesta. Seguiría dándole al botón de enviar, no perdía nada. En algún momento, por aburrimiento o por sacarse de encima mi actitud latosa, me haría caso, es más, sabía sus palabras:
—Me asusta ver tantas llamadas perdidas…
—Cada una de ellas significa un te quiero.
—Para ti serán…, a mí me parece un acoso.
—Acosarte no, simplemente expreso lo que siento.
—A veces no te entiendo.
—No tienes que entenderme, si me quieres, con eso me basta.
—Ya deberían bastarte otras cosas, no te das cuenta que si no te contesto a las… no lo haré cinco minutos después… No, las cosas no pueden ir de este modo, tu actitud es agobiante, me siento… la mayoría de veces —En este punto haría una pausa, tal vez, me preguntaría dónde estaba, se dejaría caer en una de las sillas, al estilo cinematográfico, me diría un par de cosas, nos enfadaríamos como de costumbre, luego, tras un par de chistes, nuevamente volvería todo a su cauce normal.
Ese entretenimiento, para nosotros —sé que no hay un nosotros—, tenía la fuerza necesaria como para hacernos estar y no estar, inquietarnos, acobardarnos. Sus reglas implícitas nos hacían cómplices. ¿Por qué pensar en lo que podíamos perder?, ¿por qué pensar en las oraciones vacías? Debíamos dar el paso y pensar en lo que podíamos ganar.
—Se nos dan muchas cosas…
—Ya te acostumbrarás.
—Estoy aquí por no llevarte la contra.
—No es necesario que siempre me hagas la pelota.
—¿Qué pasaría si te digo que hoy no me apetece salir a ningún lado?
—¿Para eso recorremos todo este trayecto?, mejor nos hubiéramos quedado en casa, no te entiendo, de verdad lo intento, pero se me hace complicado.
—¿Te das cuenta que he dicho: si no quisiera…?
—Lo peor de todo es que siempre buscas el mejor lugar para montarme estas escenas.
—Tú a lo tuyo.
—Es frustrante, a menudo, es terriblemente frustrante…
—Repito, ¿te das cuenta que he dicho: si no quisiera…?
—Es parte de tu forma de ser tonta y lo justificas diciendo: soy así, esa es tu frase favorita.
—Cuando quieres no entiendes de razones.
—Tienes justificaciones en la punta de la lengua.
—Demostrado, si te llevo la contraria terminas enfadándote…
Esas palabras irían de acuerdo a tu momento, si se diera el peor de los escenarios, dirías:
—Acuéstate con niños y levántate…
—El que quiere puede, eso lo sabes.
—Estás diciendo que no quiero…
—Simplemente digo que si uno quiere hablar con alguien busca cualquier momento para hacerlo.
—¿Estás diciendo que si no te busco te quiero menos?
—No digo eso.
—A veces, no se puede, casi siempre termino… el trabajo, llego a casa y lo que menos quiero es que me estén tocando las pelotas, solo quiero tranquilidad.
¿Quieren una bebida? Dijo la sombra que se estaba acercando.
¿Qué es?, es limonada, ¿con yerbabuena?, sí, es una manera distinta de hacerla —cogí el vaso, probé el líquido, no me desagradaba el sabor, pero la prefería sin esa hierba—. Si gustan, les puedo hacer un recorrido por nuestras instalaciones, nuestro restaurante es una mezcla de dos culturas. Miren, estas son nuestras cocinas, por cada tipo de comida tenemos una. Si desean, pueden sentarse en una de las mesas, esta es nuestra carta, aunque yo les recomendaría el plato de la casa, una mezcla de verduras, parecidas al pisto, pero que nosotros llamamos alboronía. Solo por el nombre nos animamos a sentarnos y pedir una ración, me imaginaba usando esa palabra en un contexto inusual, alejado del ambiente culinario, alboronía…
Nuestro pasatiempo. Un hecho ilógico sin importancia, con palabras planas, evasivas, obvias y contradictorias, a veces sin emoción, otras sin contenido, cúmulo de nuestros errores (no hay un nuestro), de intercambios mutuos, sin final aparente, un par de ludópatas dentro de este círculo onírico, del que despertábamos al tocar la realidad.
Le daría toda la razón. Comencé a comprenderla, no podía seguir así, tendría que cambiar, esa faceta mía no le gustaba; yo… iluso, quería que todo lo mío fuera interesante, una pretensión tonta, pero tendría que salir adelante con alguna frase sacada de debajo de la manga:
—¿Quieres terminar así?, ¿quieres que todo lo construido se deshaga de este modo?, ¿de qué ha servido el tiempo…? —En ese momento dejaría de lado esa forma de hablarme, bajaría el tono, recularía; todo volvería a ser como siempre y… ¿si no fuera así?, en este punto terminaban mis especulaciones.
—¿Me pones a prueba?

Mitchel Ríos

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