Creatividad

Acompañantes eventuales

Cuando se preparaba para empezar a trabajar, tenía aún en mente una conversación que escuchó de soslayo. Desdeñaba a la gente que iba pendiente de los asuntos de los demás, pero en aquel momento fue imposible no enterarse de lo que charlaban en el vagón, sintió como sí aquellos extraños, los que hablaban, hubieran querido tener testigos o hacer partícipes al resto, quizás con ese gesto se sentían reconfortados.
Por error olvidó dejar cargando el móvil. Al irse a la cama, en la madrugada, preparó la mochila, pero dejó de lado el teléfono, este despiste le traería consecuencias, pues durante el trayecto al trabajo no podría revisar su correo, leer las actualizaciones de sus redes sociales o chatear con algún conocido. Tendría que ir sentado sin hacer nada, mirando la cara de sus acompañantes eventuales, tratando de ensimismarse e ir centrado en sus asuntos. Esto no le resultaba sencillo, ya que, al ir así, los sentidos, en especial el del oído, se agudizaban. Por más que intentó no enterarse de lo que pasaba a su alrededor, los sonidos empapaban todo el entorno, solo un sordo no se enteraría de nada.
Notó que de forma paralela se producían varias conversaciones, de algunas se enteraba más que de otras, las que oía más claramente tenían lugar a pocos metros, no era necesario hacer demasiado esfuerzo por dilucidar el tema que abordaban, sin embargo, cuando coincidían las vocalizaciones simplemente sentía ruido que no decía nada, por eso, como escuchar todo a la vez hacía que no se enterara, se focalizó en una que versaba en torno a cuestiones laborales.
Un tipo le decía a otro (tal vez era su colega), lo mal que lo pasaba últimamente por los retrasos en los pagos, comentaba que varias veces trató de ponerse en contacto con sus jefes, pero estos, representados por uno de los directivos, el delegado de la zona, buscaba cualquier pretexto para no atenderlo, llevaba así varios meses.
Su interlocutor argüía que era una putada y qué, claro, como los encargados tenían buenos sueldos, les daba igual dar largas a quienes, si se podía hacer una pirámide, estaban en la base de la misma. Los obreros, casi siempre vilipendiados, porque no estaban cualificados, no eran tan ilustrados como aquellos que mandaban.
—Eso era lo peor —sostenía el primer tipo—, sienten que nos pueden dar cualquier trato, porque no nos ven como iguales, nos ven como mano de obra, como cifras o nombres que aparecen en una planilla, pero con los que no intentan empatizar, porque hacer eso significaría tener algo de respeto.
—Sería en vano tratar de hacerles entender, en cierto modo, para determinadas cosas, en especial, las del personal, eran cuadriculados.
Mientras escuchaba esto pensaba en lo mal que lo pasaban miles de personas, debido a las políticas laborales vigentes, no se podía estar seguro en ningún puesto. Se tenía, en todo momento, la incertidumbre de no saber lo que pasaría, era complicado no poder planificar el futuro, porque bastaba con planificar el presente, vivir el día a día. No quería ser mal pensado, pero esa posición, la de hacer vivir a la clase trabajadora con miedo constante, era un ardid que utilizaban las empresas para asegurarse que nadie reclamara y mantuvieran una actitud servil.
Así los manipulaban, les inculcaban que estaban en donde estaban porque les hacían un favor, ya que había mucha gente deseosa de ocupar sus puestos, ninguneaban los resultados que obtenían, para hacerles creer que su esfuerzo no servía de nada, eran piezas intercambiables, no eran indispensables.
Al descubrir que elucubraba ideas que lo hacían ponerse de mal humor, decidió seguir prestando atención a la charla de los tipos.
—Si se retrasan un mes más —decía uno— tendré que buscar otra cosa, aunque lo que me retiene es la esperanza de cobrar, si me voy sin más, podrían decir que yo abandoné el puesto y al final no cobraría nada. El delegado me confirmó que en pocos días me harían la transferencia, no obstante, como mi cuenta no era del mismo banco con el que trabajaban, demoraría, por eso no la tendría al instante.
—Un tema difícil —sostuvo su interlocutor.
—Me dio la opción de que abriera una cuenta en el mismo banco, pero piden tantas cosas, tantos papeles, tanto de todo, es un coñazo. Fui a preguntar, pero salí con las mismas, me dijeron que era necesario presentar esos documentos porque así lo estipulaban los estamentos de la comunidad, esta se fija mucho en el lavado de dinero, no quiere que cualquiera tenga acceso al mercado bancario, solo aquellos que pueden justificar sus ingresos.
—Hay que joderse.
—Es lo que hay.
—Es una situación peliaguda.
—Sin duda, yo no puedo ir y decirle a mi casera que este mes me retrasaré en el pago del alquiler, porque aún no he cobrado, con seguridad me diría que ese no es su problema, aunque llamar casera, a quien administra el lugar en el que vivo, es un decir, porque pertenece a una empresa, el alquiler lo cobra religiosamente los primeros días de cada mes, solo me entero del cobro cuando noto que falta dinero en mi cuenta.
—Si se lo dijeras no estarías mintiendo, sin embargo, estas empresas tienen nula empatía, solo eres uno más en su cadena de negocios.
—Pero es que están en lo correcto, que me retrase en el pago no es su problema, es mío.
—Pero deberían entender la situación.
—Lo sé, pero la culpa es…
Por más que hubiera querido enterarse del resto de la historia, no era posible, tenía que bajar en la siguiente estación, si no lo hacía, por estar de cotilla, lo más probable era que tuviera problemas con el encargado de personal en la empresa, ya tenía un par de amonestaciones y si reincidía, se quedaría… no quería pensar en ello, por eso, cuando las puertas se abrieron, se apresuró a salir, subir por las escaleras mecánicas y seguir el camino de todos los días.

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