Creatividad

A un piso de la gloria

Alquiló un apartamento en el barrio de… Su plan incluía residir en una zona céntrica con acceso a las actividades culturales de la ciudad.
Se enteró de la afluencia de genios en aquella zona, gracias a los distintos artículos publicados en revistas especializadas. Si grandes luminarias pasaron por ahí, él no quería ser menos. Todo lo empujaba a ese punto, no era como Lidenbrock —se debía guardar las distancias—, no tan listo, por lo menos. La información de la que se empapó se basaba en citas fáciles de encontrar. No buscó en enciclopedias antiguas.
Tenía en mente ir a vivir a ese barrio que ostentaba el apelativo de «el más Cool», aunque esas definiciones, a veces, se debían a favores por servicios prestados o, como solían llamarlos, eran publireportajes, para promocionar sus bondades y, de ese modo, captar más visitantes. Estos textos, encubiertos como informativos, se centraban en ofrecer un servicio. Eran fáciles de descubrir, de soslayo el redactor soltaba epítetos en favor de un determinado producto cuando no venía a cuento. Al toparse con ellos era necesario tener cuidado.
Hizo sus cálculos. Vivir en un piso más o menos decente le costaría unos euros más de lo que pensaba, por eso, para llegar a la suma, tendría que evitar gastos innecesarios. Eso significaba dejar de lado el vermut de los fines de semana, la salida diaria con los amigos, su afición a los eventos deportivos, comprar menos discos, entre otras actividades que implicaban derrochar. A partir de ahora debería economizar.
No fue fácil hacerse con un piso, le costó, pero al final dio con uno acogedor. Pequeño en dimensiones, pero con un sinfín de posibilidades. Una cocina, un baño, un dormitorio y un bonito balcón.
Le agradaba la zona. Todo le quedaba cerca, supermercados, bares y plazas. El proceso de aclimatación fue paulatino. Los primeros meses se sentía extraño. Ese espacio no era el suyo, se daba cuenta al caminar por sus calles, todo era diferente.
Quizás el ruido desmedido de la noche le incomodaba. El bullicio en las calles, los borrachos y, al mismo nivel, los fumadores. Para su buena suerte, el bajo era una tienda de artesanías, no sabía, con seguridad, de qué país eran. De vez en cuando entraba, solo a mirar, algún día compraría uno de esos objetos; ahora era inviable.
Era cuestión de tiempo hacerse conocido. Ser asiduo de algún lugar, entablar amistad, no sería complicado. Se consideraba sociable, con esa dote no debería de tener inconvenientes. Caía bien a todo mundo, su forma de ser era su basa, no se esforzaba demasiado, era un tipo salado, ni más ni menos. Con solo verlo se podía decir que tenía algo especial.
¿Sabes la genialidad cuando la tienes delante? Formulaba esa pregunta y empezaba a tocar una melodía. Para ese fin se colocó cerca de las ventanas que daban a la calle. Confiaba en ser descubierto, no en vano estaba en esa área neurálgica, algún conocedor oiría su composición y se acercaría a hablarle. No esperaba nada del otro mundo, solamente una oportunidad, solo una. A partir de ahí se encargaría de sacarle utilidad.
Sus vecinos del bloque le hacían la competencia. En época de verano, cuando habría las ventanas, las melodías invadían el lugar, algunas sonaban tan bien que lo motivaban a replantearse si realmente tenía lo que hacía falta, si valía la pena bregar para conseguir la fama. Escuchaba la música, se tumbaba en el sofá y cerraba los ojos. Su sueño se estaba convirtiendo en un suplicio, era necesario hacer algo pronto, porque si no, no podría seguir ahí, necesitaría de ingresos extras, debido a ello se sentía empujado a hacer cosas que no le apetecían. El medio lo inducía a dejar de lado su sueño; cerrar la puerta a su realización.
Vivía en la zona cool, pero eso implicaba encontrarse con historias similares a la suya. ¿Qué tenía él de especial para triunfar?, si otros no lo conseguían, se quedaban en el camino y no lograban, ni por asomo, acercarse a la meta. Esta conjetura era cierta, era difícil llegar a hacerse conocido, y por hacerlo, se refería a tener al mundo en la palma de la mano, hacer y deshacer con su tiempo, no tener que dar explicaciones de nada a nadie, no recibir órdenes, ir a su bola.
Por ahora, todo eso era irrealizable, sin embargo, soñar con escenarios ideales, le daba ánimos. Llegarían con un buen contrato a su puerta y le dirían: tú eres lo que estamos buscando, confiamos en ti, en tus capacidades, en todo lo que se puede percibir en tus interpretaciones. No le importaría trabajar día y noche, si era en algo que lo cautivara. Estaba cansado de vivir haciendo actividades que no le reportaban nada o no eran un reto, esas que se terminaban haciendo por inercia y solo las hacía porque daban dinero.
La música cesó. Dejó de pensar, se incorporó. Ahora le tocaba a él. Comenzaría a practicar y se sentaría al lado de la ventana. Tocaría tan fuerte que sería imposible no escucharlo y llenaría los oídos de todos. Sacudiría el alma de cada viandante, los transformaría, ese era el poder de la actividad que realizaba, era mágica, creía en lo que estaba haciendo, confiaba en su buen hacer.
¿Sabes la genialidad cuando la tienes delante? Seguiría intentándolo, total, el no del triunfo ya lo tenía, peor no le podía ir.

Mitchel Ríos

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