Creatividad

A menudo veo vidrios

Si era verdad que las ciudades eran una Concrete Jungle, como la canción de Bob Marley, esta, en particular, era de cristal, de cristales rotos, como los sueños de muchos de sus ciudadanos. Se les notaba en el rostro, bastaba con verlos detenidamente y saltaba a la vista esa sensación.
Gracias a sus anotaciones, comenzó a tomar forma esa perspectiva.
La metáfora caía a pelo, había dado en el clavo. Después de estar varios días meditando sobre el tema, la imagen le vino como si fuera agua de mayo y vio todo más claro, ese era el problema que aquejaba a todos con los que se cruzaba, sus miradas eran dubitativas, se perdían en la nada.
Las ideas, que no inspiración, le venían en cualquier parte y para no olvidarlas se acostumbró a tomar apuntes. Al inicio, en papel y más adelante, por su versatilidad y comodidad, en soportes digitales. Bastaba con coger el móvil e ingresar datos en él, lo podía hacer en cualquier lugar, no como cuando lo hacía de la otra forma, pues tenía que buscar una superficie adecuada para apoyarse y escribir con el bolígrafo.
Cada vez que iba por la calle debía estar atento, en especial cuando llevaba sandalias. Lo de tener miramientos con los trozos de vidrios no surgió de improviso, a él no le pasó, pero fue testigo de cómo un incauto, al pasear distraído, pisó uno y se dejó un pedazo de piel en el asfalto. Ese incidente desembocó una herida que irremediablemente se tornó roja y sangró. La cara de dolor del desgraciado hizo que todos los testigos de la escena se tomaran en serio caminar con cuidado. ¿De dónde salían tantos restos de vidrios?
Muchos de los que lo observaban sosteniendo el teléfono, quizá pensarían que estaba mandando mensajes de texto o chateaba, pero si se acercaban a fisgonear, corroborarían que, en realidad, estaba bosquejando conceptos, información que ayudaba a su memoria volátil, de tal modo que, en un futuro próximo, al leerlas, le servirían para recordar esas elucubraciones que surgieron en un momento determinado.
La zona era asaltada por los amigos de la vida nocturna, estos, en un acto generoso de los que casi nunca se espera, tiraban las botellas dónde les daba la gana, hacían el tonto y las arrojaban por el aire. Creían que hacían lanzamiento de peso, en su imaginario, alimentado por el licor, emulaban a los profesionales que participaban en las olimpiadas.
Celebraban a quien las despedía más lejos, eso, como era de esperar, ocasionaba un estruendo que molestaba a los vecinos. Ellos lo celebraban con un trago.
Cuando se sentaba a repasar lo que guardaba durante el día, le daba la impresión de que revisaba las anotaciones de un extraño.
A veces, por el chivatazo de una persona de bien, hacía acto de presencia la policía, pero solo para disuadirlos y llamarles la atención, pues nunca los pillaban alterando el orden, más bien parecían angelitos disfrutando de su tiempo libre.
Era una especie de rompecabezas que ensamblaba con los mensajes sueltos, hasta que llegaba el instante de decantarse por los mejores.
En su mayoría era gente que venía de otras partes, no vivían en el barrio, por eso, les daba igual hacer esos estropicios, solo así se podía explicar el poco cuidado que tenían, el nulo aprecio que demostraban por las aceras, las paredes y por el resto del lugar, parecía que no iba con ellos eso de dejar todo como lo encontraban, cualquier guarrada que hicieran, los servidores del ayuntamiento tenían que limpiarla.
Tras hacer un estudio pormenorizado de todas las nociones que podía apuntar en un día, solo se quedaba con una o, a veces, con ninguna.
El sol se elevaba y sus rayos se reflejaban en la calle, parecía vidriada, haciendo juegos de luces que encandilaban la vista ¿cómo algo que se veía así de bien, generaba inconvenientes a quienes caminaban por ahí?, era difícil de explicar, las rosas eran bellas y tenían espinas —pensó.
Era raro, en su momento parecía que todas tenían base para ser desarrolladas, pero luego, al revisarlas, comprobaba que no era así, no había por donde cogerlas, en su mayoría eran repetitivas y se basaban en temas baladís.
A beber, la vida es una y hay que celebrarla, empinar el codo hasta caerse de culo —se decían—, de ese modo demostraban que disfrutaban, quien no lo hacía, no se divertía.
Sí tenían significación cuando las escribió ahora no tenían valor alguno.
Esto, lo de la diversión, se lo podían decir a quien tenía la herida a causa del trozo de vidrio, ese, con seguridad, no estaba divirtiéndose, estaba pasando un mal momento, su gesto de dolor lo decía todo.
Solo unas cuantas anotaciones valían, eso iba en contra de lo que creía, chocaba directamente con su ego, algo que no se podía permitir, quizás si fuera un gran pensador, pero siendo uno de tercera, ¿cómo era posible?, la respuesta caía por su propio peso, si su nivel no daba para más, ese era su techo.
En ese momento, decirle: si no puedes sanar tu herida, haz que florezca (frase pintarrajeada en un contenedor de basura), lo tomaría como una broma de mal gusto, pero ¿qué se le podía decir para que dejara de lamentarse? Repetir fórmulas del tipo: Eso pasará, te curarás, ha sido un mal paso, podía ser peor, no solucionaba nada. Al no encontrar nada certero que pronunciar, solo atinó a alcanzarle un clínex para que se limpiara la sangre.
No, no más apuntes —se dijo—. Invertía esfuerzo vanamente para que, al final, descartara el noventa y nueve por ciento de ellos.
Él no quería que le pasara lo mismo, por eso se fijaba bien antes de seguir recorriendo la calle, incluso avisaba a sus acompañantes, ten cuidado ahí hay vidrios, era la frase que más repetía, la tenía tan interiorizada que le salía como un acto reflejo.
Comenzó a pensar que estaba echando por tierra el empeño diario, no valía la pena dedicar tiempo a esa actividad.
No sabía cuántas veces articulaba esa oración, pero si las contaba podían superar sus expectativas, bastaba con fijarse en esos objetos esparcidos por todas partes, para que la expresara, cuidado, ahí hay… Esto servía para ir atento.
Había llegado a su límite, su Rubicón, no podría superarlo, por eso en lugar de preocuparse por mejorar, se centró en acrecentar su amor propio y se ufanó de ello, era lo mejor, no tenía otra forma de hacer frente a ese fracaso, se regodeó en sus frustraciones.
Antes de seguir con su marcha se fijó que delante había más vidrios rotos… y más gente.

Mitchel Ríos

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