Creatividad

A la baja

Estaba dando vueltas encima de la cama, aún estaba oscuro y, por lo visto, faltaban algunas horas para que amaneciera, lo deduje porque miré en dirección a la ventana y solo se observaban sombras.
Tras varios intentos infructuosos de volver a los brazos de Morfeo, cogí el móvil que tenía debajo de la almohada. Desde hacía unos meses me acostumbré a ponerlo ahí, principalmente porque era un buen despertador. Había probado varios y era el que daba mejores resultados. Tenía programada una melodía que no despertaba de golpe, lo hacía poco a poco, del otro modo era un incordio, más que levantarte de la cama, te empujaba a salir de ella cagando leches.
En ocasiones, el equipo, también, era un buen recurso para coger el sueño. Revisando algunos contenidos llegaba al punto en el que se me cerraban los ojos, aunque podía obtener el mismo efecto sintonizando un documental en la televisión, uno de esos que pasaban en esas emisoras de nombres académicos, pero monotemáticos, pues básicamente se centraban en ilustrar, un día tras otro, temas como La Segunda Guerra Mundial, a base de verlos, quizás un iluminado se hacía erudito con ellos.
Últimamente he notado como aparecen noticias en el navegador del Smartphone adaptadas a mis preferencias (técnicamente esta es la frase que se sitúa al inicio de la pantalla). A mí me parece genial, pues, de ese modo, la información no tiene por qué defraudarme, ¿acaso no estaban enfocadas en mis gustos o solo era un gancho para tenerme ocupado revisando los contenidos? Por tal razón pasaba por la información facilitada, venían noticias de todo tipo, desde una que hablaba de cine, hasta otra que versaba sobre cocina, en el medio una de cotilleo, sin duda, mis gustos eran exquisitos y eclécticos.
No voy a negar que, tras ver los textos de las noticias, algunos me sorprendían, ¿en qué momento hice clic en uno similar?, suponía que así era como iban creando una ficha sobre mí. Otros se basaban en asuntos que nunca busqué, pero de los que hablé con mis colegas, ¿grababan mis conversaciones?, no, eso era una simple coincidencia. Porque si fuera cierto, todos mis movimientos estaban siendo monitorizados, la forma en la que meneaba el ratón, la zona en donde lo ubicaba, las palabras que escribía, las búsquedas que realizaba e, incluso, las interacciones de voz, en resumen, todo gesto o señal que daba en ese ámbito virtual.
Por un instante se me ocurrió hacer un último intento para dormir (la hora o media horita que faltaba para que clareara), sin embargo, lo deseché, ya que hacerlo me dejaba machacado. Se supone que dormir te hace recobrar energías, más en un contexto como este solo me dejaba mal cuerpo y esto implicaba problemas a la hora de levantarme, como si no hubiera dormido, esta es una de las peores sensaciones que se pueden sentir.
Nuevamente me decanté por el teléfono, volví a centrarme en las noticias.
Por un momento comencé a darle vueltas a la forma sutil en la que éramos espiados y, además, la manera en la que lo aceptábamos, sin inmutarnos, sin reclamar por esa invasión de nuestra privacidad. En otros tiempos hubieran organizado marchas para que cesaran ese tipo de comportamientos, pero ahora, no, esos gestos resultaban desfasados, impropios de los tiempos modernos, alejados de sectarismos y de ideologías. Asimismo, negarse a sufrir ese seguimiento, generaba una experiencia poco satisfactoria con las nuevas tecnologías, a esto se sumaban las advertencias de la empresa que proporcionaba el software, sin otorgar determinados permisos, los servicios que brindaban podían verse mermados, limitando el alcance de sus recomendaciones.
Las veces que intenté bloquear el acceso a mis datos, ocasioné que se silenciaran los consejos, apuntes y sugerencias, debido a que, si no hacían uso de mi historial de navegación, no podía obtener buenas rutas para conocer la ciudad, Tampoco recibía recomendaciones sobre lugares esenciales, buenos restaurantes o bares. Sin esos servicios, los móviles solo se limitaban a recibir y hacer llamadas, y yo no compraba uno de esos equipos solo para llamar, un teléfono que solo se enfoca en un campo tan limitado, (qué desfasado sonaba), era de chiste.
Las noticias que leía eran interesantes, cuando veía una que no me gustaba, la borraba e indicaba que no me interesaba, es así como podía dar más pistas para recibir una mejor prestación.
Más adelante me encontré con escritos que tenían títulos pomposos, pero estaban mal redactados. Hace algún tiempo leí un artículo sobre empresas que se dedicaban a proporcionar contenidos a distintas webs informativas, para esto captaban a redactores a los que exigían determinados estilos, originalidad y agilidad al escribir, exigiendo que, como mínimo, fueran de mil palabras, solo así daban la remuneración prometida, un euro. Hasta ese momento pensé que pagaban por palabra, no por cantidad, era una mala época para soñar con ser escritor. No obstante, esto explicaba los errores que cometían, si querías ganar un sueldo, tenías que escribir mucho, dejando de lado lo estético.
Las recomendaciones no solo incluían noticias, también relatos, reseñas, ensayos, algunos eran ilustrativos y entretenidos, daban información de un modo simple, resultaban atractivos, no era necesario ostentar conocimientos enciclopédicos cuando no se sabía comunicar, este atributo era difícil de encontrar, pues muchos consideraban que alejarse de lo diáfano era lo correcto, no pensaban en el lector, les daba igual, era mejor ufanarse a otorgar claridad.
Llegué al final de la lista y me recibió el mensaje: no hay sugerencias nuevas. En vista de la falta de más contenidos para leer, decidí levantarme y activarme. Durante el tiempo que transcurrió para salir de casa, pensé en la poca información que generaban mis intereses, tal vez, no soy tan intrincado como pensaba o mi perfil estaba a la baja.

Mitchel Ríos

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