Creatividad

Rutina

La radio debería ser de última generación, de esa manera podría captar aquellas ondas radiales tan esquivas, además, no solo sintonizaría las emisoras, también se podrían poner casetes. El viaje duraba un par de horas, la primera vez se hacía muy largo, pero cuando uno se familiarizaba con él parecía durar menos, los mismos cerros, la misma carretera, el mismo cielo, únicamente se hacía distinto cuando llovía.
Durante el camino lo llamativo eran unas enormes antenas que se veían a lo lejos, esto me hacía pensar, ¿por qué se producía ese problema de sintonización?, quizás eran para otros fines —esa era la explicación que me daba—. En alguna oportunidad llevamos a uno de los trabajadores de mantenimiento, era demasiado serio, por eso no intenté hablarle, pasado un tiempo me arrepentí, debería de haber preguntado, no quedarme con la duda. Dejé pasar esa oportunidad, así suele suceder —pensé—.
—Esa es la radio, se nota demasiado usada.
—¡Está nueva!, la he probado y va perfecta.
—Eso lo dices para vendérmela.
—¿Cuándo te he fallado?
—Cinco pavos menos y te la compro.
—Eres tacaño. Yo trabajando, sudando para conseguir la radio y tú me quieres dar calderilla.
—Perro no muerde perro, con lo que te voy a pagar ya estás ganando.
—Intentar sacar más beneficio no está mal o ¿sí?
—No seas avaricioso, si no quieres, se termina el trato.
—Bien, todo porque me pillas en un mal momento —no solo era por eso, también pensaba: siempre me compra lo que le ofrezco, por eso, si bien en este momento ganaré un poco menos, a la larga saldré ganando.
El conductor me dijo: la radio cuesta treinta euros, paga tú, perdiste la apuesta, paga como caballero. Me pareció barata, por eso saqué el dinero de mi chaqueta, conté los billetes y se los puse en la mano, sin saber cómo, teníamos el equipo que tanto deseábamos, ahora los viajes se harían más cómodos.
Se despidió de nosotros el vendedor, no tardamos mucho en conectarlo, por suerte, era sencillo hacerlo, coger los cables, separarlos por colores, reconocer el de tierra, pelarlos, conectarlos y protegerlos con cinta aislante. Todo estaba listo, sin embargo, al inicio no daba señal, no captaba ninguna emisora, después de revisar todo, nos dimos cuenta que el problema se debía a no haber conectado la antena. Para llegar a esa conclusión tuvimos que efectuar diversas pruebas, una vez conectado todo, la radio comenzó a funcionar de la mejor manera, a partir de ese momento surgió otro problema, qué tipo de música tocaríamos, pondríamos los casetes que yo llevaba o, por el contrario, reproduciríamos los del gusto del conductor. Eso no se solucionó pronto, algunas veces, incluso, nos enfadamos, pero luego decidimos turnarnos para poner la de nuestra preferencia. Así se puso fin a las disputas, aunque, cuando no nos decidíamos, el dueño del bus ponía la que le gustaba y teníamos que ir escuchándola. Al inicio me parecía horrible, pero conforme fue pasando el tiempo, puse en práctica eso de que si no puedes con ellos úneteles, al ponerlo en práctica, hasta me comenzaron a gustar esos ritmos. Comprando ese pequeño aparato, habíamos solucionado nuestro problema, ahora los viajes serían más atractivos. La gente iría más a gusto.
El trabajo seguía siendo jodido, ahora aún más, había policías por todas partes, eso implicaba tener cuidado, no obstante, ellos no eran el problema, las cámaras de seguridad sí, lo despistaban, no sabía en donde estaban; era parte de aprender a lidiar con las nuevas tecnologías. Se consideraba bueno en su actividad, por eso, se acostumbraría a estos imprevistos y podría salir airoso. Con el tiempo la idea de cambiar iba tomando forma, olvidarse de los coches y adentrarse en otros campos. Así podría dejar de lado esa exposición constante —trabajar en la calle no es bueno, tampoco es fácil—, los años se le venían encima, no tenía los reflejos del inicio, ni la condición física le ayudaba cuando era necesario salir corriendo y escapar de las redadas que se producían. Sin embargo, para pensar en ese asunto habría tiempo, no estaba apurado, disfrutaría de la pasta obtenida por la venta de la radio, en ese sentido sabía darse sus caprichos, planificó ir a un bar, pediría un vaso de vino, no, hoy no, mejor un vermut, con su correspondiente tapa y, si se quedaba con ganas, repetiría. Cuando tenía dinero en el bolsillo solía ser así, despreocupado, centrado en disfrutar del presente, aunque después no pudiera ni comprarse una botella; sencillamente no pensaba en ello. Al día siguiente conseguiría más efectivo, total, el dinero se hace, era cierto, solo bastaba con coger otra radio, o mejor, añadirle unas bocinas, armaría un pack y podría elevar el precio, así nadie podría regatearle. Era consciente que vender por partes bajaba el precio, junto no, de esa forma era un bien más apreciado. Para conseguir ese equipo debía tener más cuidado, sacar los altavoces no era sencillo, no bastaba con tirar y cortar los cables, si fuera así, siempre los cogería, el cuidado era sumamente importante al extraerlos, dañarlos significaba dejarlos inutilizables y llevarlos a reparar no compensaba el esfuerzo. Eso sería mañana —se dijo—, hoy estaba disfrutando, pensaría en eso después, cuando no tuviera blanca. Apuró su copa, comió su tapa y salió a la calle a fumar un cigarrillo. Desde donde estaba vio un coche aparcado, parecía que nadie lo cuidado, tampoco había vigilantes de seguridad, era una buena oportunidad, pero su descanso era sagrado. Terminó de fumar, entró al bar y se sentó en el mismo sitio. Pidió otra bebida.

Mitchel Ríos

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