Creatividad

Era diferente

En un lugar del mundo, un par de amigos se encontraban después de meses, a pesar del tiempo distanciados la confianza no se había perdido, se sentían raros, el alejamiento cambió sus hábitos, no eran sociales al extremo, tampoco eran lo contrario, salían, quedaban, bebían unas copas y se divertían.
Con el tiempo se hicieron asiduos a un bar que se ubicaba cerca de la plaza, antes había sido una tienda de ultramarinos, pero cambió de actividad, para llegar ahí era necesario seguir la Calle Mayor.
Lamentablemente, como muchos negocios, cerró, fue uno de los primeros que lo hizo, cuando pasaron por ahí vieron un letrero en dónde se indicaba la decisión de los dueños. Hubo personas en contra de esa disposición, pero no podían hacer más, tenían que dar un paso al frente por el bien de la ciudad.
Aquel lugar, a pesar de tener la imagen de un sitio de toda la vida (por fuera), cambiaba al entrar, se notaba que había sido remozado y, para mantener el aire antiguo, tenían en barra a un tipo que semejaba ser el camarero de toda la vida. Su trato era bueno, era el causante de volver, formulaba las palabras precisas, el chiste ameno, no había dudas, era el alma del lugar.
Ese carácter dicharachero y su «don de gentes» (así solía decirlo) era lo que extrañaban, pero nada volvería a ser igual, se preguntaban ¿en dónde estaría? En ese momento no tuvieron una respuesta clara. Sin el conocimiento de lo que habría sucedido, todo quedaba en el ámbito de las especulaciones, hasta que no se lo volvieran a encontrar no tendrían una afirmación rotunda a su interrogante.
El ambiente estaba tranquilo, las calles vacías. La gente se movilizaba con temor, era difícil encontrar personas agrupadas, de vez en cuando se dejaban ver algunas parejas, pero era lo inusual, pues solo se cruzaban con parroquianos que iban en dirección al súper o al trabajo. Tendría que pasar una buena temporada para acostumbrarse a todo esto, no estaban seguros de hacerlo a corto plazo, sería parte de un proceso, interiorizar esas nuevas sensaciones, ideas, motivaciones…
Mientras caminaba se fijó en la portada de un libro tirada en el suelo, al lado de un charco de agua, no dijo nada, siguió caminando, pero mientras avanzaba pensaba en lo que le pudo haber pasado a ese texto, ¿quién podría tirar a la calle algo así? Se lamentaba de que solo fuera la tapa, si hubiera sido el texto completo, se lo hubiera llevado a casa y así, de forma casual, darle un nuevo hogar, limpiarlo, recuperar su brillo, ponerlo en un lugar especial, en pocas palabras, adoptarlo, pero no era posible; en alguna parte estaba el resto, separado de forma arbitraria de su tapa. No quería pensar en ello, por eso siguió caminando, era mejor hacer como sí no hubiera visto nada. Dejó de cavilar.
Al inicio estaba casi vacío, sin embargo, con el paso de las semanas comenzó a hacerse popular, un día tuvieron que esperar a que se desocupara una mesa, se quedaron en la barra charlando con el encargado, pero el abrir y cerrar de la puerta era un incordio, no se podían centrar en sus conversaciones. Esa ocasión fue la última en la que estuvieron ahí, de eso habían pasado unas cuantas semanas, era mucho tiempo. Cuando se desocupó una mesa los invitaron a sentarse. Lo más llamativo aquel día fue una pareja que se sentó cerca, hablaban de distopías. Uno comentaba sobre el devenir de la sociedad, un tema fundamental de conversación —argüía—, cada cien años hay pandemias, cada cien años muere mucha gente, está comprobado científicamente —dijo con el rostro serio—.
No podía dejar de prestar atención, según él eran pajas mentales basadas en mentiras, si conociera al interlocutor le habría dicho un par de cosas, más como no era así, no le quedó otra opción que seguir escuchando y notando la autosuficiencia en sus gestos.
Tal vez su acompañante sabía todo eso y solo le hacía la pelota. Fingía que se tragaba sus argumentos, quizá no tenía ganas de replicar, además no perdía nada, estar con cara de memo todo el tiempo daba la impresión de interés. Sin embargo, su colega era rotundo en su forma de hablar, con sus ademanes podía engañar a cualquiera y hacerle creer que era verdad lo que decía, pero alguien que medianamente hubiera leído sobre el tema podía responderle.
Dejó de escuchar por un instante y le dijo a su amigo: si alguna vez actúo de ese modo, mátame o déjame, no quiero ser un charlatán más del mundo, volvió a centrarse en la mesa contigua hasta que concluyó y se fueron, en ese momento hizo un comentario: son increíbles las estupideces que se pueden llegar a decir, se sueltan tonterías cuando se entra en confianza, en ese caso sería mejor callarse y no decir nada, pero como esa circunstancia, cientos.
Ese fue el último día, si lo hubieran sabido se habrían hecho fotos, pero no, se lo tomaron como un día cualquiera, nadie les dijo nada, pero a toro pasado podían pensar cualquier cosa, siguieron caminando y viendo la nueva cara de la ciudad, tenían que acostumbrarse.
Recorrieron unos cuantos bloques, estaban cerca de su edificio, llegaron a la calle principal, lo hicieron por el medio, no había necesidad de ir por la acera.
Pasaron por la puerta de un centro cultural, pero siguieron su camino, si hubiera sido en otra temporada habrían entrado, hubieran subido a la terraza, admirado las vistas, pero ese día el ambiente no estaba para risas, ni para distracciones, en sus planes solo estaba contemplada una cosa, volver a casa.

Mitchel Ríos

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