Creatividad

Como fue

La mesa estaba vacía. La reserva se realizó con varios días de anticipación; las fechas especiales se deben celebrar por todo lo alto. Ese año el festejo sería en día de semana, era más sencillo; permitía, a diferencia de si hubiera caído en fin de semana, tener más opciones y espacio para escoger.
El local elegido era céntrico, generalmente abarrotado de gente extranjera, en su mayoría chinos. Como decía una de sus amigas: los chinos van a dominar el mundo, será indispensable aprender a hablar su idioma, sino, nos vamos a quedar rezagados; visto lo visto, tenía cierta razón con la afirmación.
Trabajaban realizando sondeos en distintos lugares en donde había turistas; el inglés era el idioma más usado para comunicarse con los extranjeros no hispanohablantes, casi todos lo hablaban a excepción de los franceses; requerían escuchar alguna palabra en su idioma para ser amables, a estos se le podían añadir los chinos, no respondían a nada —se quedaban mudos—. Cuando los grupos a encuestar eran de ese país, lo normal era tener bastantes negativas.
—Por lo menos se sabía algunas palabras en francés, pero de chino no.
Recordaba esa vez cuando se acercó a un tipo en el aeropuerto, este esperaba embarcar en un vuelo hacia Toulouse, lo saludo en francés, mientras continuaba la entrevista, dijo ser de Chile; estaba de tránsito, cuando oyó nombrar ese país quiso hablarle en español.
—Sigamos hablando en francés, así practicas —la conversación continuó e hizo su trabajo.
En los vuelos a China los pasajeros no respondían a las preguntas efectuadas, ponían cara de enfado y solamente quedaba seguir el camino; había días malos, lo pillaban de malas, una vez, se encontró con un mal educado.
—Disculpa, buenas, ¿Hablas español? —no le respondió nada—, como notó en su mirada un gesto de desagrado siguió, —¿vous parlez français? —no respondió—, do you speak english? —siguió con la misma tónica—, parla italiano? —nada—, ¿você fala português? —la expresión no variaba en su rostro.
No preguntó más, se calló y continuó con su labor.
—De esta manera uno no se pude mover por el mundo —decía su compañera, su gesto denotaba disgusto por esa actitud.
—Esa es su idiosincrasia, no les gusta hablar con foráneos —le había comentado un amigo—, como puedes ver, entre ellos conversan, hablan perfecto español; no les da la gana de hablar con nosotros —y añadió—, c’est la vie —al decir esto recordó a un personaje de «El amor en los tiempos del cólera». Este había viajado a Francia y no sabía nada de francés, sin embargo, no tuvo problemas para desenvolverse, comprar, pasear, conocer lugares. Cuando se tiene dinero son los otros los interesados en entenderte, por hablar tu idioma.
Los japoneses eran diferentes, ellos si respondían a las preguntas y eran amistosos. En una ocasión conversó con unas chicas japonesas, hizo alarde de haber leído a Haruki Murakami, les comentó sobre Tokio Blues, se reían; fueron amables.
—Have a nice flight —les dijo al despedirse.
—Thanks —respondieron, sin dejar de sonreír.
—Your welcome.
El local era un bar al cual solía ir a tomar cañas, era un asiduo asistente; el trato le parecía bueno, se sentía a gusto, además las cervezas las acompañaban con una tapa para picar, en barra era más barata y en mesa costaba más.
Los fines de semana estaba abarrotado, era complicado moverse, encontrar un espacio bregando era la única opción para beber tranquilo. La concurrencia en fin de semana era variada: universitarios, parejas, oficinistas, además de grupos de amigos; el ruido, las conversaciones —en ese espacio se intercambiaban opiniones diversas—.
Era común salir de bares, podía recorrer hasta cinco en la misma noche, en cada uno se degustaban distintas bebidas.
En invierno todos andaban abrigados; en verano, la gente usaba menos ropa, en shorts y en sandalias. Al recorrer la calle se solía ver gente en terrazas —algunos fumaban—. Era común toparse con hindúes vendiendo latas de cerveza, estos se abastecían con packs de 24x33cl, era habitual verlos llevando la mercancía en carritos de la compra. Era colorido el ambiente, con sus rollos, sus discusiones, apetecía salir y empaparse de todo ese jolgorio.
Era día de semana, pudo encontrar un lugar libre, hizo la reserva para las ocho de la tarde —esa hora se le acomodaba bien, podía terminar de trabajar, llegar a casa y asearse—.

Sería una sorpresa, por eso esperaba ver en el rostro de su chica la alegría al recibirla —con eso se sentía complacido, valía la pena el esfuerzo—. Le emocionaban las salidas a cenar, sus reacciones eran para ser grabadas, merecían ser guardadas para la posteridad. Eran recuerdos perdurables; se anidaban en lo más profundo del corazón y no se apartaban —pensar en ellos solucionaba los malos momentos—. Había quedado con su chica en el bar de siempre, se encontrarían después de trabajar.
Los días pasaron pronto, como suelen pasar los anteriores a fechas importantes —se esperan con ansias, parecen breves—.
Llegó pronto al establecimiento, la mesa reservada estaba impecable, tenía la carta del menú, al lado un servilletero, además de elementos ornamentales, daban buen ambiente. Se sentó en la barra y se puso a conversar con uno de los camareros, era cubano y le caía bien, coincidían en ser seguidores del mismo equipo de futbol, el equipo más importante de la ciudad.
En otro espacio del bar estaban enseñando a un nuevo trabajador, le explicaban como correspondía escribir las comandas, cobrar y la manera de servir. Era su primer día, no lo había visto antes por ahí, se lo percibía nervioso —todos tenemos una primera vez y casi siempre es complicada—. Después de hacer unos cuantos servicios se sentó y se puso a hablar con uno de los encargados, desde lejos se notaba la poca satisfacción por su desempeño, pero en cierto modo le entendían, ganaría más pericia conforme fueran pasando las jornadas.
La espera fue corta, de repente vio a su pareja entrar; se dirigía a donde él estaba, mientras la observaba comenzó a sonar en su cabeza una canción…

Mitchel Ríos

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